Arte, cultura, ¿violencia?
Barcelona. 12/07/23. Gran Teatre del Liceu. Monteverdi: L'incoronazione di Poppea. Julia Fuchs (Poppea). Xabier Sabata (Nerone). David Hansen (Nerone). Magdalena Kozena (Poppea). Nahuel di Pierro (Seneca). Deanna Breiwick (Drusilla). Mark Milhofer (Arnalta). Jake Arditti (Amore). Irene Mas (Virtú). Rita Morais (Fortuna). Natalia Labourdette (Valetto). Thobela Ntshanyana (Lucano). Liberto (Guillem Batllori). Le Concert des Nations. Jordi Savall, dirección musical. Calixto Bieito, dirección de escena.
¿A quién no le va a gustar un drama romano del siglo I? ¿A quién no le va a gustar? Cierra su temporada lírica el Gran Teatre del Liceu con un encuentro, la unión de dos grandes nombres del teatro y la música en nuestro país como son Calixto Bieito y Jordi Savall, en torno al que es uno de los primeros grandes dramas de la lírica de la historia: L'incoronazione di Poppea.
Y no parece salvarse el Teatre de ese halo de polémica con el que se ha envuelto la presente temporada: la Tosca firmada por Rafael R. Villalobos, el Macbeth de Jaume Plensa... en esta ocasión, en plena rueda de prensa para presentar la propuesta monteverdiana a los medios de comunicación, Jordi Savall, grande entre los grandes, decía verse obligado a apuntar que no estaba de acuerdo con la visión del director de escena, Calixto Bieito, grande entre los grandes. Demasiado "uso gratuito de la violencia", decía. Más allá de lo innecesario e inaudito de la decisión, con una producción estrenada hace cinco años en Zürich, concluía Savall que será la belleza la que salve el mundo, pero ¿acaso lo está salvando ya? ¿En qué se basa y qué sostiene al mundo en la actualidad? Y sin ponernos grandilocuentes, ¿acaso fue la belleza a la que apuntaba el maestro catalán la que salvó esta Poppea del Liceu?... ¿O fue la presunta violencia de Bieito?
No se me olvidará - y a ellos aún menos - la cara desencajada de mis padres durante la representación, el año pasado, de Erresuma / Kingdom / Reino, por Bieito. Siempre regalo entradas para conciertos y teatro... y en esta ocasión quería llevarles a un Shakespeare más "radical". Aquello, aquello sí que era violencia. Era denuncia. Porque no hay mayor violencia que la falta de denuncia. Violaciones explicitísimas, prolongadas, continuadas... asesinatos, pornografía infantil, sexo... Por momentos, creo que no pasaba un solo minuto sin que alguien abandonase la sala. La Poppea del Liceu es una piscina de bolas para niños a su lado. Y es que tenemos que despojarnos ya, pero ya mismo, de los clichés que asociamos a la actual dirección de escena en la lírica, en general, y a Bieito en concreto. Bien diferentes son su recordado Ballo en Barcelona, como su ya mítica Carmen, la reciente Orgia, que podremos ver la próxima temporada en La Rambla o el Lear del Teatro Real... su Tristan, Giulio Cesare, Soldaten... Tan diferentes como son, por otro lado, el Monteverdi, el Bach, Marais o el Beethoven de Savall, afortunadamente para uno y otro... y para todos nosotros.
Sí que recibo la Poppea, al igual que aquel Shakespeare, como una denuncia de una sociedad que une aquellos tiempos pretéritos - del siglo XV o del I - con la actualidad. "Oh, miserable sexo de las mujeres. Si la naturaleza y el cielo libres nos crean, el matrimonio nos encadena como esclavas", dice Ottavia en su presentación, por ejemplo. En esa vía entiendo la presencia del público sentado en el propio escenario - desde donde vi la representación -. La sociedad que es testigo de la violencia que sucede en lo íntimo y que da forma a lo social, lo político, lo supuestamente humano... sin inmutarnos, sin hacer nada... ejerciendo, insisto, la verdadera violencia. ¿Hay sexo, sangre, agresiones? Sí, pero esa inacción es el gesto más excesivo de toda la producción. Y todo ello potenciado por la presencia continuada de cámaras y pantallas a ambos lados del escenario. Tenemos más información que nunca y, sin embargo, no reaccionamos. Al mismo tiempo, el poder y la atracción que ejercen las cámaras es un engranaje más en la cadena de poder y ambición de los protagonistas.
Por lo demás, sí, Bieito es un artista en lo suyo, que genera parte de esa cultura contemporánea de la que también forma parte Jordi Savall y de la que bien habría que reapropiarse entre tanto entretenimiento vacuo. Creo que la música clásica, máxime en nuestro país, en unos años no podrá evocar su historia más reciente sin recordar sus nombres. Es por ello que supone toda una genialidad el haberles unido en este título y, sin embargo, la fórmula no ha acabado de funcionar. La visión de Savall y la de Bieito, más allá de lo expuesto, musical y dramáticamente no terminan de encajar. Desde mi asiento, me encontré un sonido tan propio y personal como el que nos tiene acostumbrado el Maestro, con los colores propios de Le Concert des Nations, en una lectura, digamos, contemplativa, con el poso que parecen adquirir las batutas a medida que se cumplen años y experiencias. Algo contradictorio con la efervescencia que sucedía en escena. Tampoco se acompañaba a la palabra de lo íntimo... pues este maravilloso Monteverdi tiene esa fuerza del diálogo, del soliloquio sobre el que se sostienen tantos grandes a lo largo de la historia: Rohmer, Pasolini o Antonioni, en el cine de toda una generación, por poner un ejemplo más allá de la música. Hay algo que se pierde... como la mirada de un Savall aparentemente abstraído en la partitura y que arquea las cejas repetidamente, buscando la complicidad de sus músicos al llegar el descanso.
Si el punto de encuentro entre estos dos grandes queda, finalmente, cohesionado y elevado, es gracias a la gran labor de un reparto de auténtico lujo sobre el escenario. Desde un Nerone que cumple, histriónico, violentado y violento al mismo tiempo en las formas del contratenor David Hansen, a la Poppea de Julie Fuchs, con voz coloreada en esos tonos pastel de su timbre, tan atractivos, con insultante vis dramática al mismo tiempo. Yo diría que el hacer, el buen hacer de Xavier Sabata con su Ottone es referencial, cánora y actoralmente hablando, mientras que Magdalena Kozena como Ottavia estuvo absolutamente soberbia, tanto en Disprezzata regina como en Addio Roma... haber podido escuchar su creación tan de cerca es un privilegio. Bien solventes todos y cada uno de los personajes secundarios, desde el Seneca de Nahuel di Pierro al Valetto de Natalia Labourdette, pasando por un exquisita Drusilla de Deanna Breiwick y la fabulosa, pero fabulosa Arnalta de Mark Milhofer, en unas coordenadas no travestidas muy distintas a la caricatura que se suele hacer del personaje. Una noche de arte, cultura... y de verdad, no tanta violencia. Enciendan sus televisiones: eso sí que es gratuito.