Sibelius vive

Klaus Mäkelä y Janine Jansen reivindican el legado de Jean Sibelius junto a la Filarmónica de Oslo

En pocas ocasiones se da una constelación tan propicia como la actual para la revitalización del legado de un autor como Jean Sibelius, postergada su música durante décadas más allá de los confines de Finlandia. Y es que el perfil de jovencísimo Klaus Mäkelä (Helsinki, 1996), al frente de la Filarmónica de Oslo desde el año 2020 (y con contrato en vigor hasta la temporada 26/27), ilumina con savia nueva el patrimonio musical de este extraordinario autor. Embarcados ahora desde Noruega en una extensa y ambiciosa gira por Asia, con doce conciertos en su agenda, tuve la oportunidad de conocer de cerca el trabajo de Mäkelä y su orquesta en Oslo, durante dos intensas jornadas en las que interpretaron dos programas diferentes, precisamente los que llevan consigo ahora en esta tournée.

Así, por un lado, el primer día pudimos escuchar una obra del noruego Lars Petter Hagen, un encargo de la propia orquesta estrenado ya en 2010, seguido de Ein Heldenleben (Una vida de héroe) de Richard Strauss. Y el segundo día, y ya sin la pieza de Hagen, disfrutamos de la Sinfonía no. 5 de Sibelius. En ambas jornadasm no obstante, el plato fuerte del programa, en su primera mitad, fue el Concierto para violín de Sibelius, en manos de la neerlandesa Janine Jansen (Soest, 1978). Precisamente ambos intérpretes, Jansen y Mäkelä, grabaron juntos este concierto el pasado verano, en una edición discográfica que todavía no tiene fecha de aparición pero que promete ser una auténtica referencia, a tenor de lo escuchado en Oslo por partida doble.

El arte de Janine Jansen con el violín me provoca una admiración desmedida. Se trata de una de esas artistas en las que la técnica es tan consumada que realmente se diluye a ojos del espectador. Creanme, pocas veces se tiene la fortuna, realmente el lujo, de asistir a la interpretación de una artista tan entregada, comprometida al cien por cien, inspirada en cada compás. Sentí verdadera emoción y asombro, difíciles de resumir en palabras, ante una música tan poderosa, servida de un modo tan inolvidable.

Junto con Mäkelä a la batuta, propusieron una lectura algo más lenta, que no reposada, del primer movimiento de la obra, marcado en realidad como un Allegro moderato, algo que el director finlandés pareció determinado a leer al pie de la letra. Una visión lenta digo, sí, pero enraizada, dura, directa, casi rabiosa a tenor del fraseo desplegado por Jansen, con un sonido pujante, de rompe y rasga, directo al corazón. El movimiento central, el Adagio di molto, sonó irresistible; qué capacidad la de Janine Jansen para producir sonidos de esos que erizan el vello y atraviesan el cuerpo de pies a cabeza, como un rayo. Qué extraordinario es sentir la música así, de una manera tan física, y qué pocas veces sucede, en realidad. Electrizante, en fin, la resolución del concierto, con Janine Jansen entregada casi hasta el paroxismo, realmente asombrosa, memorable. La violinista neerlandesa se vio siempre arropada por una orquesta en estado de gracia, entregada hasta la última nota, irreprochable en la ejecución.

Del resto de obras presentadas, brilló con luz propia Una vida de héroe de Richard Strauss, en una lectura vigorosa, de sorprendente madurez y firmeza, con una Filarmónica de Oslo explosiva, especialmente en sus secciones de metal y viento. La cuerda, sobresaliente, estuvo aquí liderada por Sarah Christian, excelsa en su contribución solista. La Quinta de Sibelius contó en cambio con la concertino habitual del conjunto noruego, Elise Batnes, una violinista de probada solvencia. Mäkelä destacó aquí por el aliento en el fraseo y por la nitidez estructural con la que desgranó la pieza, buscando abundantes contrastes y subrayando multitud de pequeños detalles en la orquestación. El color del sinfonismo de Sibelius es más que familiar para los atriles de la formación noruega y eso quedó palpable en una lectura vigorosa, incandescente e irrefrenable. Un enorme disfrute para los que amamos la obra de Sibelius.

Conviene recordar en este punto, por cierto, que el compositor finlandés ha experimentado una recepción ciertamente variopinta y errática, en función de la pasión o rechazo que su música ha concitado (todavía sonroja leer los exabruptos de Adorno sobre su música). Directores de la talla de Thomas Beecham o John Barbirolli fueron grandes apóstoles de su obra, lo mismo que Ormandy o Stokowsky. Y fue determinante la difusión de su música en manos de Lorin Maazel y Leonard Bernstein. Hoy en día la música de Sibelius ha sido mucho más difundida y grabada; de hecho, goza de una discografía variadísima y de enorme riqueza. Y sin embargo su obra se resiste a entrar en las programaciones regulares de muchas grandes orquestas, como si fuese todavía un autor exótico e intrincado.  El "modernismo antimoderno" de Sibelius, en palabras de Milan Kundera, es hoy sin embargo su mayor valía, en tiempos donde la experimentación parece a veces haber agotado su fuelle y donde el gran repertorio parece gastado, de tanto usarse. En cambio la obra de Sibelius sigue siendo una gran desconocida para el gran público y de ahí el fabuloso impulso para su legado que representan Klaus Mäkelä y la Filarmónica de Oslo, auténticos portavoces autorizados hoy en día del legado del autor finlandés.

 

Como escribí en junio de 2021, a propósito de la presencia de Klaus Mäkelä en Granada, entonces junto a la Mahler Chamber Orchestra: "A primera vista, en él son todo virtudes: la actitud, el gesto, la firmeza, su afán comunicativo... Realmente es dificil imaginar a un director tan hecho y tan nítido a una edad tan temprana. Hay mucho, muchísimo potencial en Mäkelä, un hombre de indudable carisma". Y me reafirmo en lo dicho, después de estos dos conciertos en Oslo. Creo firmemente que el futuro de la música clásica pasa indudablemente por sus manos. Y es que Mäkelä representa el necesario relevo generacional, pero no ya en la natural linea sucesoria que quita y pone titularidades al frente de orquestas de primer nivel; me refiero a algo más profundo y determinante: el joven director finlandés representa un enfoque serio pero renovado en torno al papel que la música clásica está llamada a asumir en nuestras sociedades, en pleno siglo XXI. Mäkelä es el emblema de que esto que tanto nos importa sigue vivo, a pesar de verse amenazado una y otra vez.

Cuando le entrevisté para la portada impresa de Platea Magazine, en marzo de 2022, Klaus Mäkelä me dijo lo siguiente: "La dirección de orquesta se reduce a comunicación. Comunicación entre los músicos, comunicación hacia la audiencia, comunicación desde la partitura… Lo más importante es entender esto de una manera sincera y honesta, con la mejor voluntad hacia la música y hacia los músicos. A nadie le gusta que le traten con autoritarismo, el liderazgo es otra cosa. Es imposible involucrar a un músico en tu idea de una partitura si no le tratas con respeto y con amabilidad. Lograr que un músico de lo mejor de sí mismo pasa precisamente por entender la dificultad de su trabajo, la tensión por la que pasa en cada pasaje, etc. La autoridad es una cosa y el respeto es otra muy distinta. Yo aspiro a respetar y a ser respetado en torno a la música". ¿Se imaginan ustedes a Karl Böhm o a Herbert von Karajan diciendo algo parecido? Por eso digo que es tan importante el liderazgo renovado que de modo silencioso se ha adentrado ya en la música clásica, sin vuelta atrás, y con exponentes como Mäkelä en primera fila. De esto mismo, por cierto, hablé hace poco también con Roberto González-Monjas, otro excelente ejemplo de esta imparable renovación.

Klaus Mäkelä irradia una templanza impropia para un director de su edad; de un modo tal que en realidad su edad deja de ser relevante, porque lo valioso es ya su enorme experiencia, con dos titularidades tan importantes como las de Oslo y París a sus espaldas y con la gran responsabilidad futura de ser el próximo director titular de la Orquesta del Concertgebouw en Ámsterdam, a partir de 2027. Pero si algo sorpende aún más que su templanza es su pasión genuina, sin envoltorios, una dedicación pura y auténtica a la música. No digo con esto que Mäkelä sea un director perfecto al que tengamos que alabar haga lo que haga; precisamente por su juventud, está en el momento de atreverse y por ello también en el momento de equivocarse, aunque de momento su trayectoria es poco menos que ejemplar.


Tuve la fortuna de que Klaus Mäkelä me permitise acceder a su ensayo de la Quinta de Sibelius, apenas horas antes del concierto. La pieza había sido ya hondamente trabajada por la formación noruega, precisamente cuando grabaron la integral sinfónica de Sibelius para DECCA, a comienzos de 2021. Pero era necesario retomar la partitura antes de llevarla en gira por varios países asiáticos.

El método de trabajo de Mäkelä es ciertamente productivo, directo y resolutivo. El ensayo comenzó con la ejecución completa y sin pausas de la pieza, con leves matizaciones por parte del director, pero sin detener la interpretación. Una vez concluida la obra, Mäkelä empezó a puntualizar determinados compases, algunos pasajes más concretos, con indicaciones muy precisas y curiosamente sin haber anotado absolutamente nada durante el ensayo, recordando perfectamente sobre qué pasajes quería volver y por qué motivo.

Mäkelä incluso bajó del podio y se situó en mitad del patio de butacas para ponderar la acústica de la sala con respecto a la ejecución de la orquesta. Un gesto que puede parecer muy común pero que en realidad no lo es tanto, como he podido comprobar con otros maestros, en otros ensayos. Qué importante es tomar distancia para ver lo que estás haciendo desde otra perspectiva. Quizá la mejor lección de estos dos días en Oslo.

Foto: © John-Halvdan Halvorsen