El vaso medio lleno
Bilbao. 18/11/2023. Donizetti: L´elisir d´amore. Elena Sancho-Pereg (Adina). Joel Prieto (Nemorino). Pablo Ruiz (Belcore). Paolo Bordogna (Dulcamara). Marta Ubieta (Giannetta). Orquesta Sinfónica de Bilbao. Coro de Ópera de Bilbao. Marina Bianchi, dirección de escena. Iván López Reynoso, dirección musical.
En muchas ocasiones hay representaciones de ópera que son ordinarias, entiéndanme, en el sentido de que no son extraordinarias (como sí lo fue el anterior Romeo, precisamente por la descollante Juliette de Nadine Sierra); en ellas apenas sucede nada fuera de lo común, ni para bien ni para mal. Simplemente, se hace ópera de una manera digna y ya está, sin mayores pretensiones. Eso es lo que sucedió anoche con el estreno de este Elisir en la temporada de ABAO, una función en la que hubo un nivel medio homogéneo, sin grandes luces y sin apenas sombras. La tentación, en ocasiones así, es la de ver quizá el vaso medio vacío, poniendo el acento en lo que se echa de menos; pero creo que es mucho más constructivo ver el vaso medio lleno, resaltando el esfuerzo colectivo y el nivel medio alcanzado durante la representación. L´elisir d´amore llevaba por cierto más de una década ausente de la programación lírica bilbaína, desde las representaciones de 2012 con el Nemorino de Celso Albelo (con bis incluído del tinerfeño).
Sin duda la voz más convincente de la velada que nos ocupa fue la de la soprano Elena Sancho. Con estas funciones, la intérprete donostiarra regresaba a la temporada de ABAO por vez primera desde la Sonnambula de 2016. Tanto entonces como hoy en día, Sancho ha demostrado ser una profesional de amplias garantías, dueña de un timbre brillante y con vuelo -nunca entenderé a quienes dicen que su voz es pequeña, cuando campaneaba en el Euskalduna sin problema alguno, con el volumen propio de una voz de lírico-ligera como la suya-. Su Adina fue impecable e irreprochable de principio a fin, actuada con enorme credibilidad y rematada por un sobreagudo descollante. Una intérprete en plenitud, de canto fácil y desenvuelto, amén de buena actriz.
A su lado, el Nemorino de Joel Prieto dejó una impresión un tanto agridulce, y es que canta con gusto, es teatral y la voz corre con facilidad, pero a su instrumento le falta evidentemente el remate de un agudo más fácil y brillante, con menos tensiones en su acometida. Lo cierto es que arriba sonó rígido y un tanto limitado, en un papel que afortunadamente es bastante central, lo que le permitió acentuar el texto con buenas intenciones sin preocuparse en exceso por la tesitura. Tengo la impresión de que su voz está en plena transición, lo que explicaría ciertas zonas de menos nitidez y punta en su instrumento.
Grata sorpresa el Belcore de Pablo Ruiz, un cantante al que apenas hemos podido escuchar recientemente en España pero que atesora sin embargo una importante carrera en teatros europeos. Voz robusta, amplia y desenvuelta en toda la tesitura, abordó la parte de Belcore con franca facilidad y con convincente resolución escénica. Su instrumento, por color y por acentos, pide quizá páginas de mayor empaque, aunque todo se andará; también me dio la impresión de poder ser un fantástico intérprete para nuestra zarzuela.
Paolo Bordogna es, a su manera, una garantía para papeles de caricato como este icónico Dulcamara. Su instrumento es el que es, no especialmente atractivo aunque sonoro, y su técnica adolece de cierto apoyo nasal aquí y allá, pero a su manera insisto, resuelve la parte con convicción y relativa comodidad. Como actor es tambien entregado y en conjunto fue un intérprete más que solvente. Junto a todos ellos, impecable una vez más Marta Ubieta, aquí en la parte de Giannetta, un papel que defendió con frescura vocal y desenvoltura escénica.
Excelente trabajo en el foso del maestro mexicano Iván López Reynoso, que obtuvo de la Sinfónca de Bilbao un sonido ligero, bien comedido, expresivo y vibrante, amén de cómdodo para los cantantes. López-Reynoso acertó en tiempos y dinámicas, convirtiéndo el foso del Euskalduna en una red de seguridad para los solistas. El resultado fue un Elisir amable y vibrante, disfrutable y sin tensiones, que no es poco.
La propuesta escénica de Marina Bianchi, procedente del Teatro Regio de Turín, es evidentemente modesta en cuanto a medios y lo es también en cuanto a sus ambiciones intelectuales. La responsable escénica -con vestuario y escenografía de Leila Fteita e iluminación de Andrea Borelli- no nos propone complejas y elaboradas dramtaurgias; tan solo una lectura literal del libreto, situando su acción en la Italia de los años cincuenta, con leves guiños al neorrealismo italiano y al cine de la época. Es una producción modesta, como ya he dicho, sencilla y austera, pero a veces menos es más y con un título como este, quizá sea mejor no hacer arriesgados experimentos.
