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La tradición y las expectativas

Madrid. 12/05/24. Teatro de la Zarzuela. Tato: Adiós, Apolo. Bretón: La verbena de la Paloma. Borja Quiza (Julián). Carmen Romeu (Susana). Antonio Comas (Don Hilarión). Gurutze Beitia (Tia Antonia). Milagros Martín (Señá Rita). Rafa Castejón (Tabernero). Gerardo López (Don Sebastián). Ana San Martín (Casta). Sara Salado (Cantaora). Entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. José Migule Pérez Sierra, dirección musical. Nuria Castejón, dirección de escena.

No sé qué es más difícil de manejar, si la tradición o las expectativas. Desde un lado y otro del escenario, ya que una y otras se retroalimentan y constriñen. La tradición ata y libera, pero no más que las ideas que uno puede hacerse sobre todo ello. Más de una década sin que se representase La verbena de la Paloma en la programación principal del Teatro de la Zarzuela y desde 2016 sin que se subiera el género chico a su escenario dentro de la misma, con aquellas funciones de ¡Cómo está Madriz! con músicas de La Gran Vía y El año pasado por agua. Mucho tiempo... el tiempo de toda una generación.

Charlaba hace unos días con la compositora Teresa Catalán, quien me exponía que la música, el arte, es una cuestión de tiempo. De cómo lo manejamos, de cómo convivimos con él y de cómo lo reflejamos en una obra. Cuánta razón tiene. En las partituras, pero también en textos, escenas, adaptaciones... y también en las programaciones, en las crónicas, en todo aquello que termina de dar forma al hecho musical. ¿Queremos mostrar un tiempo pasado o ser parte de nuestro tiempo? Con la propuesta que hace ahora el Teatro de la Zarzuela sobre Verbena parece ahondarse en lo primero... resulta revelador el texto que se añade en forma de prólogo, firmado por Álvaro Tato, sobre las circunstancias que llevaron al cierre del Teatro Apolo y, por ende, de la extinción del género chico como práctica diaria.

El añadido resulta un texto simpático sobre el cierre del Apolo, de corte tradicional, fácil, con sus morcillas, sus gags bien tirados y sus errores (en 1929 no se podía hablar de Las Sinsombrero cuando nadie reividicaba entonces a las mujeres de la Generación del 27 y es un sobrenombre que se ha creado en la actualidad). La selección de los números musicales es divertida, pero también cuesitonable, con la Polca japonesa de El pobre Valbuena y esos versos tipo "bailo yo el japonesito corto y menudito que es tu diversión". Chirría tanto como el personaje de Julián en 2024, sólo que este es parte intrínseca de Verbena y la inclusión de la Polca es una elección posterior.

Y es que Julián es un desgraciado. Un tipo violento, un chulo y un hombre tóxico se mire como se mire. No parece baladí que sea esa Susana bíblica quien le traiga de cabeza. La misma que menciona Marcello en La bohème contemporánea de Puccini, sólo que este realiza un retrato más amable del personaje. Desde luego, no lleva una pistola encima. El perfil machista de la obra es el que es, propio de la época en la que vio la luz y la propuesta escénica es de un corte absolutamente tradicional y fiel al tiempo. A aquel tiempo. Por supuesto el texto está peinado y se suprimen frases y cambian palabras. Es algo lógico y esperable. No en este aspecto del machismo, que queda potenciado al incluir el infrecuente cuadro tercero final, tras el Mantón de manila, en el que se hace hincapié en el amor de Susana por Julián y se manda a la Tía Antonia a la prevención por instigar a sus sobrinas a obrar indecentemente... ya ven. Y siempre una mujer teniendo la culpa de todo. La expectativa del tiempo y su diálogo con el presente ha quedado un tanto disuelta por la tradición... aquella que puede devorarnos a todos (a ellas antes que a nosotros) y por esperar, esperaría que más pronto que tarde, el Teatro de la Zarzuela encuentre un espacio habitual para reflexionar sobre ello. Como ocurrió recientemente con La violación de Lucrecia, por ejemplo y como acaba de suceder en el estupedno Ballo in maschera que Rafael R.Villalobos ha dirigido en Les Arts de València. 

Y es curioso como, de las pocas producciones - "oficiales" - que hemos visto en Madrid durante los últimos 20 años (?), aquellas que puedo recordar con claridad, siga siendo la firmada por Marina Bollaín la que conecta más rápido con el presente (a pesar de estrenarse en 2002) y la que permanece en la memoria. De las subidas a la Zarzuela, esta nueva idea de Nuria Castejón con escenografía de Nicolás Boni (autor también de la escenografía de La rosa del azafrán durante la misma temporada, cuestiones del covid) es demasiado oscura para una noche de agosto, aunque no tanto como la que realizaron José Carlos Plaza y Paco Leal en 2013; y es castiza, diría que más aún que aquella de Sergio Renán y Pedro de Gaspar en 2005. Toda esa parte de quiénes somos está maravillosamente bien resuelta por Castejón. ¡Hay incluso churros a mansalva en las seguidillas! Su dirección es fluida, orgánica, no hay nada caído o cuestionable en este aspecto. Y baila, obviamente, porque sigue siendo una coreógrafa que ha bebido zarzuela desde su infancia. Todo ello se nota. Diría que Nuria Castejón ha tirado de oficio, pero seguramente también haya tirado de vida. Hay actores y actrices magistrales aquí, en quienes la directora de escena puede apoyarse. Es el caso de Gurutze Beitia como la Tía Antonia y la Característica, quien hace reír y sonreír en todo momento; de un encomiable Antonio Comas como Don Hilarión y el Actor 1º o de Milagros Martín, que es sin duda lo mejor que nos ha dado esta Verbena con su Señá Rita y su Tiple 2ª. Su manera de impostar, de proyectar, de decir, de acentuar, ¡de mover el mantón! Magistral. También Castejón se apoya en ella misma y su propuesta se eleva en la forma de manejar los conjuntos, de mover al grupo, especialmente en el Prólogo, que es excelente. La sensación redonda de una compañía real. Como aquella que estrenó esta cumbre del género chico. Es sabido que los restos de la mítica matriarca de los Alba, Irene Alba, quien dio vida por primera vez a Casta, reposan en la misma tumba que los de Pilar Vidal (primera Tia Antonia) y Luisa Campos (Susana).

Estupendos tanto Borja Quiza como Carmen Romeu en la pareja protagonista y maravilloso el cuerpo da baile, así como la cantaora Sara Salado. Sin duda, la Soleá y su cierre fue uno de los grandes momentos de la noche, contando con un inspirado Ramón Grau al piano. Desde el foso mostró unos mimbres estupendos el nuevo titular del foso de la Zarzuela, José Miguel Pérez Sierra. Especialmente interesante su lectura del Preludio, en la utilización de los tempi, el rallentando empleado y la construcción de planos, la elevación de la citada Soleá o en el profuso colorismo del Nocturno. Esa clara mirada de Bretón hacia Bizet y, como el propio Pérez Sierra cuenta, hacia Wagner, fue puesta sobre la mesa con maestría en todo momento.