La carne
Barcelona. 07/07/24. Gran Teatre del Liceu. Músicas de Debussy, Berlioz y Stravinsky. Orquestra del Gran Teatre del Liceu. Sasha Waltz & Guests. Josep Pons, dirección musical. Sasha Waltz, dirección y coreografía.
La carne es belleza, verdad y arte. La carne es futuro y pasado, la carne es violencia y poesía, violenta poética. La carne es Orgía y es denuncia. La carne puede serlo todo aunque no debiera serlo todo. La carne es juego, amor y aventura. La carne es sacrificio, consagración y primavera.
Esta suerte de trítpitico de expresividad carnal vista ahora en el Liceu que viene a plantear Sasha Waltz con su mirada sobre tres piezas bien distintas entre sí, reventadas por el color en su dialéctica original, obtiene de la carne el mayor de sus significados. Por supuesto también sobre el ritmo en el caso de Stravinsky, en lo intangible en el universo de Debussy, en la pura manifestación romántica, en el de Berlioz. Buena cuenta de todo ello dio la Orquestra del Teatre desde un foso encendido, encendidísimo, en la búsqueda del color más teatral por parte de Josep Pons. Muy destacables la sección de cuerda grave y las maderas, especialmente en la intervención destacada de la flauta solista en manos de Albert Mora.
La trilogía fue desconectada por un descanso aparentemetne no del todo necesario, en cuya primerísima parte hallé narrativa y razones, aunque me faltaron, precisamente, componentes de color y sutilidad en el dibujo coreográfico para el imaginario debussiniano. Los cuerpos desnudos son cuerpos desnudos y la carne, carne es, con todo lo expuesto al principio. Parece mentira que un teatro se vea en la obligación de anunciarlos con preaviso. O no, en estos tiempos tan extremos de deriva reaccionaria que vivimos. Quizá por ello el Liceu se haya animado a programar una coproducción original del Teatro Mariinsky de San Petersburgo hoy en día. Por mostrar la Europa que fue, que fuimos... que no todos terminamos nunca de creer y cuyo ideal quisimos extender hasta límites insospechados
Tras el Preludio a la siesta de un fauno, la Scène d'amour de Berlioz en un trabajo para pareja solista resultó de una levedad exquisita, maravillosamente bien hilvanada por Joshua Legge y Karolina Urbaniak, aunque el plato fuerte se esperaba en el cierre, con la Consagración de la primavera. El trabajo de Waltz, con una década ya a sus espaldas, bebe indudablemente de Béjart y Bausch, con ese montículo de tierra central en reminiscencias al rito de la primera. El suyo, no obstante, da forma a lo social por encima de lo individual. Su historia se volatiliza dando forma al todo desde los diferentes todos. Eso he querido decir, sí. Lo ritual, lo ceremonial, lo sectario desintegrando la unidad. Waltz busca otros pulsos. Muy evidente resulta en el ostinato frenético con el que Stravinsky marca el inicio de la partitura. Magnífico el vestuario en esos pastel de Bernd Skodzig, a través de los que bebió Guadagnino para su fascinante Suspiria, así como la escenografía de Pia Maier Schriever y la propia Sasha Waltz, con esa suerte de daga ceremonial gigantesca que va descendiendo como destino del que no poder huir, dorado sobre negro, contrastado en el recuerdo de aquella Venecia rasgada en su porvenir de Lucio Fontana. Sasha sigue conectándolo todo.