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Estonia alza la voz

Pärnu. 19-20/07/2024. Pärnu Music Festival. Orquesta del Festival. Paavo Järvi, dirección musical. Alisa Weilerstein, violonchelista. Kirill Gerstein, piano. 

Quizá sea un reduccionismo decirlo así pero lo cierto es que Estonia es un país que se ganó su independencia cantando. No por las armas, no por la ideología sino por la cultura. Estonia es Estonia, sobre todas las cosas, por su lengua y por sus tradiciones. Y todo ello confluye en la música de un modo natural y en cierto modo revolucionario. Tal y como Paavo Järvi me explicaba, durante la etapa soviética del país estaba prohibido cantar determinadas canciones e himnos, precisamente aquellos asociados a la identidad nacional del país, pero la gente seguía tarareando sus melodías, despojadas del texto. Las notas musicales quedaban así cargadas de un aliento revolucionario.  

La llamada 'Revolución Cantada' fue un movimiento pacífico que acompasó la independencia de los estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituana) entre 1987 y 1991. En el caso concreto de Estonia, el punto de inflexión fue el tradicional Festival de la Canción Estonia en junio de 1988. Más de 100.000 personas se reunieron para cantar himnos y canciones patrióticas, algunas de ellas prohibidas. En septiembre de ese mismo año, un nuevo festival música impulsado en Tallin congregó a unas 300.000 personas, lo que suponía aproximadamente una quinta parte de la población total del país. El activista Heinz Valk acuñó entonces el término de la Revolución Cantada para denominar este imparable movimiento en el que la cultura sustituyó a las armas como palanca de cambio y motor de la independencia.
 
Estonia es asimismo la tierra de Arvo Pärt, uno de los compositores más legendarios e icomprables de nuestros días -su 90 cumpleaños se celebrá el próximo año, dicho sea de paso-. Y Estonia es por supuesto la tierra de los Järvi, una dinastia sobresaliente de músicos que han paseado el nombre de su patria por todo el mundo. Esta saga familiar, con la figura tutelar de Neeme Järvi al frente y con su hijo Paavo Järvi como embajador de excelencia, es el alma que impulsa y sostiene el Festival de Música de Pärnu, una pequeña localidad vacacional al suroeste del país, a orillas del golfo de Riga y donde cada verano se obra el milagro de vivir la música clásica sin afectación, con una pasión sincera y próxima.

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Hace ahora catorce años que Paavo Jarvi impulsó este festival de verano en Pärnu, en la senda del precedente festival de David Oistrakh -quien tenía en Pärnu su casa de veraneo- aunque con una ambición renovada y distinta, aspirando a una mayor visibilidad internacional y con un compromiso innegociable con las jóvenes generaciones de músicos estonios. Dentro de un entrañable ambiente familiar, el festival cultiva la excelencia, con diversas clases magistrales para instrumentistas y para directores, y también con una orquesta propia de excelente desempeño -y con la que Järvi viene grabando varios discos, no por casualidad-.
 
He tenido ocasión de visitar el festival en sus últimas jornadas, con dos conciertos a las órdenes de Paavo Järvi y con solistas de renombre internacional como la violonchelista Alisa Weilerstein y el pianista Kirill Gerstein. Por encima de todas las cosas me ha sorprendido mucho la sobresaliente calidad de la orquesta forjada por Järvi para el festival, cuajada no en vano de músicos de primera fila (un contrabajo de los Berliner, un primer cello de la Filarmónica de Múnich, etc.), al lado de intérpretes estonios como la propia concertino del conjunto, Triin Ruubel-Lilleberg, vinculada a la Orquesta Sinfónica Nacional de Estonia.
 
Con una cuerda que ya quisieran muchas otras orquestas, el conjunto ofreció un variado programa, con obras de Elgar (Concierto para violonchelo, Op. 85), Mendelssohn (Sinfonía no. 3 'Escocesa') y Rajmáninov (Rapsodia sobre un tema de Paganini, Op. 43), e incluyendo también un estreno de la compositora estonia Helena Tulve, titulado Wand’ring Bark. En la ejecución de todo este repertorio -y durante los ensayos a los que pude asistir brevemente- quedó patente la compenetración y entendimiento entre los propios atriles y entre estos y la batuta de Järvi. Qué importante es esa complicidad para hacer música con pasión y con verdad.
 
La obra de Tulve logra recrear una sonoridad poderosa y sugestiva, gracias a una orquestación muy lograda, un punto inquietante y tenebrosa, pero con el regusto sinfónico de los países nórdicos. Su estreno por cierto se incardina en la incuestionable apuesta del festival de Pärnu por los creador estonios, de quienes escuchamos por cierto un par de propinas en estos conciertos. Pero es que además el segundo concierto sirvió de ocasión para anunciar el premio de composición Lepo Sumera para el compositor estonio Erkki-Sven Tüür. 

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Paavo Järvi es un músico completísimo, capaz de manejarse con suma destreza en un repertorio realmente amplio. No en vano ha paseado su solvencia por las principales orquestas de medio mundo, siendo a día de hoy el reponsable artístico de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen y la batuta titular de la Tonnhalle de Zúrich, como ya pudimos comprobar hace unos meses con una notabilísima Quinta de Mahler.
 
Serenidad, pasión y profesionalidad son las señas de un modo de hacer en el podio, el de Järvi, que se traduce en la prática en un fraseo elaborado y en una mirada detallista sobre las partituras. Así quedó patente con un Elgar de sonido envolvente y arrebatado, o con un Rajmáninov sumamente preciso y brillante, virtuoso. La 'Escocesa' de Mendelssohn, interpretada en ambos conciertos, fue un verdadero disfrute, con un Adagio verdaderamente arrebatador. La destreza y musicalidad de las maderas quedó aquí bien patente, con unos solistas de clarinete y oboe realmente inspirados. Musicalidad a raudales para un Mendelssohn que más de una orquesta de primer nivel habría envidiado poder ejecutar.

Respecto a los solistas invitados, resultó extraordinario el sonido -tan bello y amplio- desplegado por Alisa Weilerstein en el Elgar,  con un fraseo sentido y vívido, refinado y pasional, con momentos de una delicadeza extraordinaria. Sin duda, lo mejor que he escuchado a esta intérprete, con gran diferencia. Fue por cierto toda una sopresa encontrar a Weilerstein entre los atriles de los violonchelos para el segundo de los conciertos, en el Mendelssohn, en reemplazo de un colega indispuesto. Todo un lujo de poder contar con una solista así integrando parte de la orquesta. 

Por su parte Kirill Gerstein defendió con suma destreza esta intrincada partitura de Rajmáninov, realmente difícil de interpretar y dirigir y en la que hay que conjugar un cierto margen de libertad, casi jazzístico, con la precisión casi puntillosa de mil detalles anotados en la partitura. Paavo Järvi fue un excelente aliado para ambos intérpretes; de hecho es un excelente director para acompañar a solistas -ahí está su amplísima discografía para atestiguarlo-.

En resumen, una excelente experiencia que marca la senda por la que muchos más festivales deberían discurrir, quizá con menos oropeles y seguramente con más compromiso real con la música y con la proyección de los jóvenes intérpretes. Es realmente admirable lo que han conseguido consolidar aquí los Järvi, poniendo en valor además sus raíces, sin necesidad de apelar a patriotismos baratos ni a banderas oportunistas, simplemente poniendo la música por delante de todo lo demás.

And last but not least, qué maravilla estar allí en Estonia con apenas veinte grados de temperatura, con la brisa fresca del mar, mientras España se cocía a cuarenta bajo un sol abrasador. Otra razón más para regresar a Pärnu el año que viene.

Fotos: © Tõiv Jõul, Taavi Kull, Kaupo Kikkas - Parnü Music Festival