Frau Bayerische 2017

El minaturista de Múnich

Múnich. 05/07/2017. Strauss: Die Frau ohne Schatten. Ricarda Merbeth, Burkhard Fritz, Elena Pankratova, Wolfgang Koch, Michaela Schuster, Okka von der Damerau, Elsa Benoît y otros. Dir. de escena: Krzysztof Warlikowski. Dir. musical: Kirill Petrenko.

Cuando uno cree que ya lo ha visto todo, Kirill Petrenko llega con una nueva vuelta de tuerca y convierte lo imposible en realidad. Epatante, sorprendente, con una combinación inédita de imaginación, análisis y teatralidad, su Frau ohne Schatten en Múnich ha vuelto a ser memorable. Y no obstante reconozco que me impresionó más la primera vez, cuando esta producción se estrenó en 2013, porque aquello fue algo inesperado y esto era ya algo de prever. Aún con todo, el umbral de incredulidad no deja de crecer por cuanto se refiere a Petrenko, que parece incapaz de adocenarse, como llevado por un inconformismo y una curiosidad connaturales a su oficio con la batuta. Esta producción de La mujer sin sombra fue, por cierto, la primera nueva producción dirigida por Petrenko desde su toma de posesión como director titular de la Bayerische Staatsoper, en el citado 2013.

Realmente lo que hace Petrenko es lo más parecido a lo que conseguían los miniaturistas de antaño, recreando con sumo detalle cada pequeño matiz de la partitura, desvelando un entorno camerístico muchas veces desperdiciado en el caso de esta partitura. Creando ambientes sin fin y con una paleta de colores que llegaba a embriagar en su variedad y dinamismo, Petrenko pinta la partitura como si ésta se estuviera produciendo por vez primera en ese foso, escuchando como ya es costumbre en él mil detalles antes inéditos, como si fuese un caleidoscopio. Y tras esos mil detalles, un todo complejo y espectacular.

Lo he dicho ya mil veces, seguramente cada vez que me refiero a una interpretación de Petrenko, pero no me canso de loar esa capacidad inusitada del maestro ruso para combinar un enfoque analítico con un desarrollo teatral, trabajando al mismo tiempo en un plano vertical y en un plano horizontal, sobre el fraseo y sobre la estructura misma de la orquestación, al unísono. Al margen de la pura precisión técnica que hay en la lectura de Petrenko -pocas veces se ha leído con tal respeto esta partitura, cuajada de filigranas-, hay en ella una intensidad y una profundidad desbordantes. En suma, esta Frau fue todo un delirio, casi un milagro. Qué huérfanos se van a sentir en Múnich cuando Petrenko se vaya, por mucho que parezca confirmarse que el foso bávaro será el próximo destino para Antonio Pappano.

Al margen de Petrenko, cabe calificar de intachable el reparto reunido, con sus más y sus menos. En realidad del reparto original del estreno en 2013 permanecían tan sólo Ellena Pankratova y Wolfgang Koch, en la pareja de Barak y su esposa. Por desgracia el tenor sudafricano Johan Botha falleció en 2016 y fue aquí sustituido por Burkhard Fritz. Adrianne Pieczonka canceló su participación días antes de la representación, siendo reemplazada por Ricarda Merbeth. Ésta última aportó un timbre estallante, en manos de una emisión fácil y luminosa, con un retrato brillante de la Emperatriz, no obstante algo falto de filigrana en esos pasajes de notas cortas donde Strauss pide casi un imposible para una voz dramática. Fritz en el papel del Emperador queda claramente por debajo de la prestación anterior de Botha, sobre todo porque el timbre es de menor calidad y el fraseo de menos clase. En cualquier caso, suficiente para lo exigente que es el papel. 

Wolfgang Koch volvió a dar una lección magistral en la parte de Barak. Con un instrumento a veces modesto, sí, pero manejado con una humanidad, con una talla dramática sobresaliente que hacen de su encarnación todo un ideal. Elena Pankratova, de medios suntuosos y rotundos, lo mismo que su figura, compone una Farberin de armas tomar, perfecto reverso al humanísimo Barak de Koch. Michaela Schuster como Die Amme sonó menos histriónica que en otras ocasiones, más pegada a las limitaciones marcadas por escena y foso. Extraordinario el plantel de compromisarios, como es costumbre en Múnich, con voces como Okka von der Damerau o Elsa Benoît.

Se reponía, como ya hemos dicho, la producción de Krzysztof Warlikowski, seguramente uno de sus trabajos más acabados y sugestivos -muy superior a lo propuesto en Die Gezeichneten- de una poética ambigüedad, con un lenguaje visual impactante, capaz de resignificar el complejo universo onírico que atraviesa el libreto original de Hugo von Hofmannsthal. La caracterización de los personajes es sutil, casi exquisita; el manejo del espacio escénico cobra sentido por sí mismo y todo el elaborado juego de proyecciones contribuye a aumentar los ecos contemporáneos de una obra que parece ciertamente intemporal.