• Foto: A. Bofill
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Lo que no puede ser, no puede ser…

Barcelona. 07/02/2016. Gran Teatro del Liceo Verdi: Otello. Carl Tanner (Otello), Ermonela Jaho (Desdemona), Marco Vratogna (Jago), Alexey Dolgov (Cassio), Vicenç Esteve (Roderigo), Roman Ialcic (Lodovico), Damián del Castillo (Montano), Olesya Petrova (Emilia), Gabriel Diap (Heraldo). Dirección de escena: Andreas Kriegenburg. Dirección musical: Philippe Auguin

Es complicado programar el Otello de Verdi. La vocalidad del protagonista requiere a un cantante versátil, distinguido y en plenitud de sus medios, y el resto del reparto no se queda atrás en sus exigencias. El Liceo de Barcelona había apostado por contar con Aleksandrs Antonenko, especialista en el rol, como protagonista del primer reparto de estas funciones, pero con su cancelación todo se vino al traste, hasta el punto de haber contado finalmente con tres tenores  (José Cura, Carl Tanner y Marc Heller) para dos sopranos en el papel de Desdemona. Y es que también Carmen Giannattasio canceló como soprano titular, subiendo así Ermonela Jaho al primer reparto e incorporándose Maria Katzarava al segundo cartel, en su debut en el Liceo. 

Descartado Antonenko, para la parte principal de Otello las opciones no abundan. Por supuesto, era imposible contar con Gregory Kunde, la mejor opción para el papel, pues su calendario estaba ya de antemano ocupado por el Samson de Valencia, los dos Otellos de Rossini precisamente en el Liceo y los ensayos para Manon Lescaut en Bilbao. A lo sumo Kunde podría haber cantado la función que nos ocupa, en una gesta histórica tras hacer lo propio con el Moro rossiniano la noche anterior. Pero no era desde luego una opción viable para la agenda que manejaba el Liceo. Quedaba entonces una larga lista de tenores con el papel en el repertorio, ocupados los más relevantes (Johan Botha, Roberto Alagna, Peter Seiffert, Fabio Armiliato, Robert Dean-Smith) y otros tantos digamos poco estimulantes (desde Marco Berti a Carlo Ventre pasando por Roberto Aronica, Antonello Palombi, Clifton Forbis o Kristian Benedikt). Quedaba entonces la opción de José Cura, que finalmente fue el responsable de las primeras funciones del primer reparto, quedando el resto en manos de Carl Tanner y Marc Heller. Por otro lado, no deja de ser curioso que este mes hayan coincidido en España hasta tres producciones de Otello, sumando a esta de Barcelona las vistas en Valladolid y Jerez, como si hubiera por doquier tenores disponibles para cantar esta parte con todas las garantías

Sea como fuere, en esta función que nos ocupa el tenor Carl Tanner fue un Otello demasiado burdo y primario, de timbre ingrato aunque solvente en el agudo. Recuerda un tanto a James McCracken, otro Otello estadounidense de medios mediocres pero con una entrega desmedida, a veces caricaturesca en su exceso. Desde luego no basta con tener las notas para cantar Otello. En Tanner cabe elogiar la entrega, incluso el oficio, aunque el retrato del Moro es de un solo trazo, grueso y a veces burdo. Declamado de principio a fin, el Iago de Marco Vratogna es igualmente primario, quedando en el tintero el lado más sibilino e intrigante del rol, que en sus manos se reduce a un malo malísimo sin mayores aristas y sin complejidad alguna. 

En mitad de todo ello la Desdemona de Ermonela Jaho es casi un soplo de aire fresco. Sin ser memorable, convence por un tercer acto preciosista, cuajado de medias voces de buena factura, con un sonido en piano ciertamente nítido. Algo almibarada, su Desdemona oscila entre instantes demasiado melodramáticos y otros modosos en demasía. El material es limitado, desguarnecido en el grave y sin descollar nunca en el agudo, aunque está manejado con inteligencia, supliendo Jaho con teatralidad los momentos vocalmente más endebles. Muy solvente, eso sí, todo el equipo de comprimarios, destacando por su buen material el barítono Damian del Castillo, en la breve parte de Montano, y la mezzo Olesya Petrova como Emilia, también dueña de un instrumento apreciable, en lo poco que su breve parte lo deja entrever.

Ya había visto la producción de Andreas Kriegenburg en 2013 en Berlín, con Peter Seiffert, Adrianne Pieczonka y Zeljko Lucic, en su primera reposición en la Deutsche Oper, donde se estrenó en 2011, con José Cura y Anja Harteros. Ya entonces me pareció una producción fallida, con un buen principio teórico en su dramaturgia pero con una realización escénica muy poco eficaz e, insisto, fallida. Un trabajo que está ciertamente a años luz del mejor Kriegenburg, ese al que en Múnich le hemos visto dirigir unos gloriosos Die Soldaten, un sobrecogedor Wozzeck o un espléndido Anillo. Aquí Kriegenburg pretende resaltar la personalidad militar como el rasgo fundamental de la psicología de Otello, que es así un ser incapaz de abrir sus sentimientos con normalidad. El problema es que la escenografía de Harald Thor, una suerte de enormes barracones, como en un gran mural de literas, lejos de subrayar esa idea contribuye sin embargo a despistar y a enturbiar el conveniente desarrollo del drama psicológico. En correspondencia con todo lo descrito hasta aquí, la dirección de Philippe Auguin es de un oficio conformado y ramplón, transcurriendo la obra entre sus manos sin mayor pena ni gloria, con un foso que brega constantemente y sin mucho éxito por imponerse a sus propias limitaciones. 

La reflexión a poner sobre la mesa es doble: ¿Tuvo algún interés este Otello para nosotros como espectadores? ¿Y es esto lo que se espera de un teatro de la talla del Liceo? Me temo que a ambos interrogantes cabe una respuesta negativa, teniendo la sensación durante esta representación de que se estaba tocando fondo, como si fuese más bien un Otello de provincias en un teatro cualquiera del interior de Alemania y no desde luego el Otello que corresponde a uno de los primeros teatros de nuestro país. La comparación con el Otello de Rossini visto la noche anterior en el mismo teatro es sonrojante.