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Un destroyer

Madrid. 28/11/18. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Mahler: Des Knaben Wunderhorn y Sinfonía nº4. Anna Lucia Richter, soprano. Florian Boesch, barítono. Musicaeterna Orquesta de la Ópera de Perm. Teodor Currentzis, director musical.

Vivimos tiempos, quizá porque público y gestores estemos sobresaturados de un repertorio del que rara vez salimos de su abecé, quizá por otros factores que llevaría demasiado tiempo y espacio analizar aquí, en los que a menudo (o tal vez siempre) estamos esperando una revelación mariana en partituras que ya hemos escuchado una y otra vez. Algo nuevo en las mismas notas. Aunque quizá lo más revolucionario, en realidad, sea ser fiel a la partitura, porque para revolucionarios quienes las escribieron, de vez en cuando la vida nos regala un o una "punkarra" (lo que la gente de la clásica entendemos por punk), un incendiario, un destroyer. No es que sea algo nuevo, invento del marketing de hoy en día, aunque a veces este quiera hacer demasiados viajes hasta la fuente con el cántaro, exagerando halos que pesan incluso al santo más vestido. Pirómanos subversivos los ha habido siempre: Monteverdi, Bach, Mozart, Beethoven..., pero también entre los intérpretes: Toscanini, Callas, Richter, Harnoncourt... hay decenas de casos. La verdad, como dirían Mulder y Scully, está ahí fuera, no hay más que asomarse a las partituras y las visiones de quienes les han dado vida. Que haya habido genios antes no quiere decir que no pueda haberlos ahora ni que todos ellos tengan que ser iguales.

Hoy tenemos a Teodor Currentzis. ¿Por qué? Porque es un destroyer. En todos los sentidos y positivamente hablando, claro. Llamar destroyer a alguien es algo que hay que meditar mucho. Si lo haces de forma equivocadamente negativa la herida que puedes provocar en ti mismo puede ser insalvablemente grande. Por mucho que luego intentes ponerle solución. Currentzis es un hombre joven que se remanga hasta los codos para entrar en faena, con sus vaqueros y sus botas al subir al podio. Y no siento en ello un forzado aparentar como sí observo en algunos colegas de su generación. ¿Por qué? Porque por él luego responde la música que hace. Por supuesto, como todos los genios, con algunas botellas se pasa de rosca y el tapón se afloja: afirmar que nunca se había cantado Mozart como se debía hasta que él leyó sus óperas... fue un patinazo que irrumpió torpemente en cualquiera con una mínima memoria auditiva. Y en el Mahler que ha presentado en Madrid, ha hecho música de la buena. Dice Kent Nagano que nadie se acordará de los directores de orquesta pasado el tiempo. Dice Riccardo Frizza que los directores de orquesta no son más que meros notarios de algo que ya está escrito. Dice Teodor Currentzis que sí, pero que no.

Podría parecer un error el que Ibermúsica haya programado dos Cuartas de Mahler en apenas quince días, pero sin duda es todo un acierto. El que Gustavo Gimeno haya hecho una lectura días antes de Currentzis nos permite ver con mayor claridad cómo el griego busca, rebusca y reordena colores y arquitecturas mahlerianas. Lo primero que llama poderosamente aquí la atención es la preponderancia de la búsqueda de la claridad, en la superposición de planos (¡esos violínes sobre los chelos al comienzo del primer movimiento!) y en la narración, sumada a un cuidado primoroso en los detalles, en cada instrumentista que parece convertirse en un solista. Lo vemos en el flautín, lo vemos en la trompeta. Y sobre eso, Currentzis juega con las oscilaciones sonoras, tanto que pareciera un niño jugando con los balances de un equipo de música. Y con los tiempos, en ocasiones con decisiones que pudieran parecer arbitrarias y en otras que se muetran maravillosas, como en todo el Sehr behaglich final, con una estupenda Anna Lucia Richter como solista. Un Mahler terrenal, como quedó demostrado en un Ruhevoll anclado al suelo a través de la cuerda grave y que se siente libre bajo un prisma un tanto infantil, con todos los profesores tocando de pie (excepto los chelos por razones obvias). 

Ese mismo prisma, desde el preciosismo naif, se dibujaron las canciones del Des Knaben Wunderhorn, recuperadas en la primera parte del concierto bajo el título con el que se publicaron: Humoresken. Quiero decir, Currentzis, junto a Richter y el barítono Florian Boesch, jugaron al refinamiento cómico en un canto sensible con la palabra en todo momento. Orfebrería oriental en los instrumentos y en las voces, que estuvieron siempre a vueltas con las dinámicas y la expresión y, por primera vez desde que las escucho, no sólo sonreí sino que además, reí. No creo que se pueda pedir más a un acercamiento sobre las Wunderhorn

El Mahler de Currentzis atrapa, te arrastra con él y te introduce entre los atriles. Currentzis consigue que vivas la música de principio a fin... y quizá eso, al final, sea lo más importante, aunque con todo, seguramente esta no sea mi primera opción en el compositor de Kaliste. No es el Mahler que necesitamos, aunque sea el que queremos.

Foto: Rafa Martín.