Babylon StaatsoperBerlin19 ArnoDeclair

La torre de Babel

Berlín. 09/03/2019. Staatsoper Unter den Linden. Widmann: Babylon. Susanne Elmark, Mojca Erdmann, Charles Workman, Marina Prudenskaja, Otto Katzameier, John Tomlinson y otros. Dir. de escena: Andreas Kriegenburg. Dir. musical: Christopher Ward.

Estrenada en 2012 en la Bayerische Staatsoper de Múnich, entonces con Kent Nagano al frente de la dirección musical y en una producción de La Fura dels Baus, la ópera Babylon de Jörg Widmann ha sido ahora objeto de una revisión por parte de su autor, para el estreno de una nueva producción en la Staatsoper de Berlín. El resultado es una partitura notablemente distinta de aquella, con cambios sustanciales en la duración -media hora menos- y en la estructura de algunas escenas, ya desde el prólogo mismo. A pesar de algunos pasajes ciertamente afortunados, por momentos la obra da la impresión de ser un pastiche no del todo atractivo. La ópera parte de un libreto del filósofo Peter Sloterdijk y pretende ser una abierta alegoría sobre la confusión contemporánea, a partir de la realidad multilingüe y dispar que se vivió en la antigua Babilonia, de acuerdo con el relato bíblico. Realmente, el espectáculo acaba siendo más una suerte de oratorio que una ópera con acción propiamente dicha, por mucho que haya un triángulo amoroso entre los personajes de Tammu, Inanna y El Alma.

Tengo la impresión de que en esta ópera se ha intentado condensar mucho talento, que lo hay y es evidente, sin lograr canalizarlo del todo. Como si la confusión connatural a la babilónica torre de Babel se hubiera apoderado del proyecto. Si Widmann ha emprendido la revisión de su partitura, no hay duda sobre esto, es porque veía margen de mejora. Los aplausos cosechados en el estreno parecen confirmarlo, pero sinceramente no encontré un aliciente sólido para conectar con la obra en ningún momento. La propuesta de Andreas Kriegenburg, en su debut en la Staatsoper, no aportó tampoco claridad a la ya de por sí confusa naturaleza de la obra. Muy lejos, sin duda, de su trabajo para Die Soldaten en Múnich, su propuesta más redonda y lograda hasta la fecha. Kriegenburg presenta un enorme muro -a modo del 13 Rue del Percebe, permítanme la chanza-, como si estuvieramos ante un corte trasversal de las estancias de la torre de Babel, en su sentido más literal y en su alcance más alegórico. El horror vacui lo preside todo, hasta un punto en el que el espectador se satura y pierde el interés por lo que está viendo. Lo grotesco tiene su sentido cuando no se convierte en generalidad; y esta propuesta de Kriegenburg hace del exceso su naturaleza, sin encontrar un mínimo equilibrio

Lo mejor de la función estuvo en los artistas que la protagonizaron. Seductora e intensa la Inanna de Susane Elmark, a quien habíamos escuchado una vívida Marie en los Soldaten de Madrid. Opulenta y extraordinariamente teatral la actuación de Marina Prudenskaja como Éufrates, con una extensa e intensa escena. Algo apurado Charles Workman con la parte de Tammu, pero entregado y esmerado sin duda, comprometido con la partitura hasta el final. Mojca Erdmann se enfrenta con fortuna a una partitura intrincada y compleja, sumamente exigente con su parte del Alma. John Tomlison aportó más presencia escénica y contundencia vocal que otra cosa, siendo todo un lujo contar con él en estas funciones. Del resto del elenco destacó también, por su indudable magnetismo teatral, la actuación de Otto Katzameier en el papel de La Muerte. 

Tras apearse Daniel Barenboim de estas funciones, por una reciente operación para mejorar su vista, la dirección musical fue confiada a Christopher Ward, quien había sido el asistente de Kent Nagano en las funciones de Múnich. Su labor fue intachable, más allá de algún puntual titubeo en las escenas de más compleja concertación, extrayendo lo mejor de la Staatskapelle de Berlín, una formación que suena opulenta y espléndida siempre, pero también con el repertorio contemporáneo. 

La función, en palabras del nuevo intendente Matthias Schulz, fue dedicada a la memoria del fallecido Michael Gielen, quien había tenido durante décadas una estrecha relación con la Staastoper de Berlín, teatro que le había reconocido como miembro de honor. De hecho, hasta su muerte seguía siendo nominalmente el principal director invitado de la Staatskapelle de Berlín.