Xavier Sabata: "No me considero solo un intérprete sino un artista, un performer, un creador"
Este mes de noviembre protagoniza la producción del Orlando de Händel en Colonia que ya vimos en el Festival de Peralada, con dirección de escena de Rafael Villalobos, con quien ha colaborado anteriormente en muchas ocasiones. De hecho esta misma temporada volverán a compartir cartel con el proyecto Monteverdi de La Monnaie.
Sí, en realidad está por salir otro proyecto para este verano en el que volveremos a colaborar con Rafa, pero está pendiente cerrar todos los detalles. Rafa es un buen y admirado amigo, a quien me siento conectado artísticamente de una forma muy profunda. Nos une una gran amistad, de muchísimos años, y trabajar juntos es muy fácil. Yo estoy en un momento de madurez dentro de mi carrera y me alegra mucho ver la trayectoria que ha ido asentando Rafa durante estos años.
Empezar la temporada con este Orlando no deja de ser una declaración de intenciones, inesperada pero oportuna. Es un rol que llevo muchos años estudiando y cantando, he podido profundizar mucho en él, creo que encaja muy bien con mi vocalidad y con mi manera de entender el teatro musical. Es una obra que ya en su tiempo supuso un especie de cambio de marcha en la trayectoria de Händel.
Es una pieza muy innovadora, en el sentido el que Orlando deja de cantar arias da capo para hacer grandes escenas con acompañamiento, entremezclando el recitativo y el arioso, todo ello hecho a medida para un cantante como Senesino, un intérprete fetiche de Händel. Y eso que fue su última colaboración, puesto que Senesino entendió que Orlando era una especie de anti-héroe, un personaje del que nadie se enamora.
Este Orlando se creó originalmente en Peralada, durante la post-pandemia, y es una producción en la que Rafa desarrolla un trabajo dramático muy interesante. Hay un trabajo de investigación importante, buscando los límites de la teatralidad. Se mezclan universos muy potentes, sobre todo con la referencia literaria de Virginia Woolf, al hilo de su Orlando: A Biography.
El resultado es un espectáculo muy bello y muy potente a nivel emocional, en el que llega un momento en el que Dorinda es Virginia Woolf y Orlando es su creación, estableciéndose una relación compleja entre obra y creador. El resultado es un espectáculo mucho menos lineal, más caleidoscópico, también para nosotros como intérpretes. Y este tipo de complejidades me interesan mucho como artista, es lo que verdaderamente me enriquece, más allá de una producción en la que se sigan las didascalias del libreto y poco más.
Decía que encara el tramo de madurez ya en su carrera. Lo cierto es que ha trabajo mucho, durante unos cuantos años, y siempre colaborando con directores de escena a los que les gusta buscar y explorar los límites, como Calixto Bieito con quien también tiene un título importante este año en el Liceu.
Así es. Creo que todo esto tiene que ver con mi fascinación con el mundo del teatro, aunque todo empezó con la danza contemporánea. Yo llegué a Barcelona desde un pueblo y en la danza descubrí un universo de libertad y complejidad que me fascinó y me abrió toda una serie de horizontes, a nivel expresivo. La danza contemporánea trabajaba con el espacio y con la luz de manera más abstracta y la narrativa no era tan lineal.
Todo esto me fascinó y se unió a mi inquietud intelectual, sobre todo por la literatura y la filosofía. Y creo que eso explica mi compromiso con la creación contemporánea, sobre todo en un momento en el que el arte lírico atraviesa un problema sobre el que deberíamos reflexionar: los artistas cada vez interpretamos menos música de nuestro tiempo. Y eso no era así en el pasado, cuando los artistas constantemente estaban estrenando la música de los autores de su tiempo, ya fuera Händel o Rossini.
Es una reflexión interesante, desde luego.
Por esto creo que el compromiso con la creación contemporánea es fundamental. Y no me refiero solo a la nueva creación musical sino también a las nuevas miradas en la dirección de escena, que siempre he considerado un arte en sí misma.
Al final todo esto está ligado a mi propia percepción como intérprete. A mí me cuesta mucho reconocerme como ejecutor. Me cuesta mucho reconocerme como intérprete, yo me siento un artista, un performer incluso. Yo pongo mucho más que mi voz al servicio de una obra; pongo mi cuerpo, mi sensibilidad, etc. Y por eso puedo ser a veces un poco complicado para algunos directores de escena. Soy un poco ‘demanding’ (risas).
Bueno, imagino que algunos directores de escena también agradecerán esa entrega radical, digamos.
Sí, pero también sé que a veces esta forma de ser y trabajar me ha valido algunas críticas, en el sentido de que mi teatralidad puede parecer que pasar por encima del canto. Pero cuántas veces vemos en un escenario a artistas que solo cantan, en quienes nada cambia ya interpreten a un personaje o a otro. Creo que nuestro compromiso con las obras requiere precisamente esa mirada a fondo, sin disociación entre la persona y el personaje. Yo me siento un performer, como decía, alguien que encarna a un personaje en escena, es una transformación casi sagrada. Y esto es algo que resulta muy fácil sentir y trabajar con creadores como Calixto Bieito o Rafael Villalobos, sin duda.
Esta predisposición a explorar y vivir el teatro de una manera tan radical quizá explica su predisposición a formar parte de ciertos proyectos como el estreno de Alexina B en el Liceu o a montar incluso propuestas muy personales y propias como el Pierrot Lunaire que ha encarnado en varios escenarios al hilo del aniversario de Schönberg.
Sin duda, hay una parte de mí que es muy resistente a admitir ciertos cánones, ciertas verdades preestablecidas sobre lo que uno debe o no debe cantar, por ejemplo. Por eso yo he decidido grabar e interpretar un Winterreise de Schubert o enfrentarme al Pierrot Lunaire no ya solo como intérprete sino como creador de un espectáculo. Yo tengo ahora cuarenta y ocho años, llevo dos décadas trabajando con directores de lo más variado y llega un momento en el que siento que yo también tengo algo que decir, una voz propia para expresar ciertas obras y repertorios.
No tengo ninguna ambición de dejar de ser cantante para ponerme a dirigir escena, no se trata de esto. Pero sí que, en el marco de un diálogo abierto con cientos directores artísticos, me planteó proyectos muy personales en los que puedo ir más allá de mi faceta como intérprete para adentrarme en una visión más allá, como creador. No tengo pues ninguna inquietud por montar una Aida o un Elisir, quién sabe en el futuro; ahora mismo lo que me sucede es que tiendo siempre a pensar en cómo haría yo aquellos proyectos en los que participo, desde el lado creativo y no desde el lado del intérprete.
Por eso, entre otras cosas, me gustan tan poco las reposiciones, porque rara vez se da la situación en la que puedo retomar el trabajo hecho previamente por otro colega con un personaje y hacerlo realmente mío, desde cero; a menudo en las reposiciones me siento como si tuviera que ponerme un traje que no está hecho para mí.
Soy consciente de que mi actitud no es frecuente; muchos de mis colegas llegan a los ensayos esperando que el director de escena se lo de todo hecho. Por eso decía que hemos olvidado la parte creativa de los intérpretes, reducidos a menudo a mero intérpretes, en el sentido de meros ejecutores. No se ha potenciado lo suficiente la faceta creativa de los artistas, desde la sala de ensayo, de manera seria y consistente, como un trabajo de profundidad.
Mencionaba ahora mismo que no aspirar a dirigir Aida o Elisir, por citar dos títulos al azar, pero lo cierto es que sí hizo un Rinaldo recientemente, en la doble faceta de cantante y director de escena.
Sí, ese fue un proyecto muy especial y con muchas particularidades, una producción entre el Festival Händel de Halle y la Cappela Cracoviensis. Se tenía que haber hecho en el año del covid y cuando se pospuso y se retomó por fin, se presentó la posibilidad de hacer la dirección de escena, además de cantar el protagonista.
La experiencia, siendo muy honesto, fue agridulce. Disfruté mucho, pero estar dentro y fuera a la vez es complicado; interpretar y dirigir al mismo tiempo desgasta mucho. Pero por cuestiones de presupuesto y exigencias de la producción, tuve que asumir ambas tareas.
En realidad el balance fue muy bueno, el espectáculo tuvo muy buen acogida por parte del público y yo aprendí mucho; fue una experiencia interesante, en diálogo con el fotógrafo Daniel Riera y el resultado fue un híbrido entre una puesta en escena y una instalación artística, a vueltas con un tema tan complejo como el del estrés postraumático y la mezcla entre realidad e irrealidad.
Pude dar rienda suelta a mi visión del personaje de Rinaldo, dentro de un lenguaje, el de Händel, que llevo muy dentro de mí, como sucede con Scarlatti o Porpora. Pude explorar a fondo por qué Händel escribe ciertas arias en ciertas tonalidades, para qué sirven las coloraturas a nivel expresivo, todo el desarrollo minucioso de los recitativos, etc.
Cambiando de tercio, mencionaba antes que tiene ahora cuarenta y ocho años, que vive un momento de madurez en su trayectoria, y he recordado la conversación mantenida en estas páginas con otra buena amiga suya, la soprano Sabina Puértolas. Ella me comentaba que la cuestión de la madurez en la trayectoria profesional y en la biografía de los cantantes es un asunto que se aborda poco, y aún menos en el caso de las mujeres. En el caso de la voz de contratenor, que es una voz que conocemos mucho menos porque hay menos tradición histórica, ¿cómo se vive la evolución de la vocalidad, qué es la madurez para un contrátenos?
Con esto abrimos un melón muy interesante y en el que apenas tengo certezas. Se mezclan además muchos temas, algunos en común entre las sopranos y los contratenores. A ellas, como a nosotros, se nos ha exigido siempre un determinado físico, una determinada juventud a nivel visual, digamos, porque se ha asociado siempre la voz del contratenor con personajes joviales, angelicales, ligeros… Y esto de algún modo está reñido con el paso del tiempo.
Por otro lado, el mercado laboral de la lírica tiende además a demandar siempre nuevas voces, talentos frescos, renovación constante… y esto es así, lo tomas o lo dejas, no lo estoy juzgando. El asunto es que a esos jóvenes cantantes que van llegando se les pide también madurez musical e interpretativa. Y eso no puede ser, es imposible que alguien tenga madurez de ningún tipo con veinticinco años. Por más que alguien tenga la voz para una Stuarda, por ejemplo, con veinticinco años es muy complicado que se pueda dar vida a un personaje que requiere precisamente madurez vital para interpretarlo.
Mi querida Sabina y yo tenemos la suerte de estar todavía en forma y poder afrontar papeles que llevamos cantando desde hace muchos años. Pero llegará un momento en el que aunque estemos en los mejores años de nuestra carrera, en lo mejor de nuestra madurez, no interesaremos al mercado. Y es que cuando pasas de los cuarenta y cinco, si has mantenido una técnica sana y te has cuidado haciendo el repertorio debido, etc., es entonces cuando tienes más experiencia y te conoces mejor. Cantar, convertirse en intérprete, no es nada más que un viaje hacia el autoconocimiento más profundo, a nivel emocional, corporal… y ese es un trabajo de años y años, como un vino que envejece y mejora. Pero quizá resulte, paradójicamente, que al mercado eso no le interese, justo en tu mejor momento.
Tiene que ser muy frustrante, imagino.
Por eso da tanto miedo ver a algunos jóvenes cantantes, sobreexpuestos con poco más de veinte años, que de repente desaparecen del mapa; y eso pasa porque colapsan, no ya solo a nivel vocal sino a nivel mental y emocional. Este oficio solo se puede entender como una carrera de fondo. Lo mejor que le puede pasar a un cantante es que su carrera sea como una acumulación progresiva de colchones delgaditos, uno tras otro, de tal manera que si uno falla, quedan muchos otros ahí con los que sostenerse. Pero cuando te caes sin tener ese soporte, cuando te caes con menos de treinta años, te caes desde muy arriba y el golpe es muy duro.
Hace veinte años, cuando terminé Le Jardin des Voix, tras debutar con William Christie en Lyon, enseguida me ofrecieron Giulio Cesare en la Ópera de Frankfurt. Y dije que no, yo no estaba preparado para hacerlo de ninguna manera. ¿Hubiera sobrevivido en caso de aceptar el compromiso? Seguramente…
Claro, pero la clave está en la palabra que acaba de escoger: sobrevivir. Una carrera profesional, para un cantante, no puede consistir en sobrevivir a duras penas.
Exacto. Esto consiste en construir y asentar, en hacerse con un conjunto de herramientas que te ayuden a seguir al pie del cañón con el paso del tiempo. Yo he cantado la escena de locura de Orlando miles de veces, desde que estudiaba, la visualizo en mi cabeza, la podría transcribir ahora mismo… No digo que la cante mejor que nadie, no digo que le tenga que gustar a todo el mundo cómo la interpreto, pero lo que hago cuando la canto, tiene un sentido y una razón y un por qué, no es fruto del azar. Y eso es algo que no se le puede exigir a alguien con poco más de viente años.
Al final todo remite a la pérdida de la visión artesanal sobre este oficio. Y esto es algo que no tiene nada que ver con los discursos sobre modernidad y tradición. El arte lírico y el teatro no se entienden sin ese trabajo de fondo; la inmediatez es nuestro peor enemigo. René Jacobs dijo un día que nuestro mayor problema, hoy en día, es que estamos a un avión de distancia del próximo concierto. Y esto es una gran verdad, incluso también para la mirada de los espectadores; lo que antes era excepcional ahora se ha vuelto ordinario. Hecho de menos un poco más de pausa en las carreras y en las agendas, francamente.
Y a vueltas con esta madurez que comentamos, ¿qué experimenta ahora Xavier Sabata a nivel vocal? ¿Qué se ha vuelto más difícil y que resulta más fácil, por decirlo de alguna manera?
Es curioso cómo un cantante se relaciona con su propia voz. Yo me escucho en grabaciones de hace veinte años y no me reconozco. Tengo la intuición de que las voces de contratenor ganan dramatismo con el paso del tiempo. En mi caso creo que mantengo en forma las agilidades y coloraturas, pero es verdad que el instrumento ha ganado presencia y dramatismo en su expresividad.
Yo nunca he sido un cantante de fuegos artificiales, a nivel vocal; pero es verdad que con la juventud ciertas cosas, ciertos adornos y retos vocales llaman más. A día de hoy ese fuego, digamos, se me está apagando un poco. Yo me siento en casa con lo más lírico y teatral, en las arias lentas, pero esto en realidad siempre ha sido así.
La evolución de la voz de contratenor es en todo caso algo bastante incierto todavía, a día de hoy. Tengo colegas muy en forma que han decidido apartarse de los escenarios, en contraste con otros que han tenido que dejarlo porque la voz ya nos les acompañaba, más temprano de lo previsto.
Por otro lado, el mercado ha cambiado mucho su forma de mirar las voces de contratenor, impulsando la aparición de gente joven muy buena en esta cuerda, y eso es maravilloso. Pero al mismo tiempo parece que ahora cada nuevo joven contratenor tiene que ser una estrella mediática.
Desde aquí hago un llamado a que los compositores de hoy en día piensen en la voz de contratenor para sus personajes, pero no para los típicos personajes de outsider, o para el ángel de turno; la voz de contratenor también puede ser un padre de familia, un militar… La voz de contratenor está aquí para quedarse y necesita un corpus de repertorio más allá de los primo uomo del Barroco.
Y tenemos que naturalizar también ciertas cosas. ¿Por qué un sopranista no va a hacer un Octavian en Der Rosenkavalier? Si al fin y al cabo el personaje es un hombre. ¿Qué problema hay con que lo cante un sopranista? Creo que aquí nos falta militancia política como colectivo, a los contratenores.
Durante mucho tiempo hubo mujeres haciendo papeles masculinos, especialmente en el Barroco, escritos para un hombre, para un castrado. Pero ahora nos llevamos las manos a la cabeza cuando un contratenor canta Cherubino… No digo que sea algo evidente pero tenemos que abrir el debate. A mí me ha caído de todo por hacer Winterreise o Pierrot Lunaire… pero estoy más que convencido de que tiene sentido hacerlo.
Decía ahora que parece que todo nuevo contratenor tenga que ser una gran estrella mediática. Es verdad que ahora un contratenor no es nadie si, además de cantar bien, no hace volteretas…
(Risas) Se nos ha ido un poco la mano a todos, sí. Al propio sector, a los medios… A mí me resulta incomodo confundir ciertas cosas con el arte lírico propiamente dicho. Yo estoy muy convencido de que acercar la lírica al gran público no pasa por rebajar su contenido o su exigencia artística. Se trata de establecer puentes con el público para que sienta la lírica como algo propio.
Por desgracia durante muchos años se han dado demasiadas instrucciones sobre lo que la lírica debía y no debía ser, apartando la parte más intuitiva. No estoy en contra de que se hagan charlas previas a los conciertos, no estoy en contra de la divulgación, el conocimiento siempre es bienvenido y ayuda a contextualizar, pero no se es mejor espectador por conocer al dedillo la cronología de Händel. Es como si fuera imposible disfrutar de una ópera de Wagner sin identificar cada leitmotiv en la partitura. Es un planteamiento absurdo, ridículo incluso. Es como si hiciera falta dotar de una pátina intelectual a todo cuando la música es un lenguaje emocional.
Para terminar, ¿qué proyectos futuros nos puede comentar? ¿Algún otro proyecto discográfico a la vista?
Esta es una temporada muy importante para mí. Tras este Orlando en Colonia, participaré en Madrid en unos Mesías con Paul Agnew y la Orquesta y Coro Nacionales de España.
Después, y nuevamente con Rafael Villalobos, haremos I Groteschi en La Monnaie de Bruselas. Se trata de un pasticcio con dirección musical de Leonardo García Alarcón. La idea es utilizar la plasticidad de la música de Monteverdi para crear otra obra a partir de su música escénica y sus madrigales. Es un espectáculo en dos jornadas, en dos noches, porque vienen a ser unas seis o siete horas de música, con diez cantantes, cada uno de ellos haciendo muchos personajes que a su vez forman un solo personaje. Es muy interesante y complejo a la vez.
Hacia el final de la temporada tengo Giulio Cesare en el Liceu de Barcelona con dirección de escena de Calixto Bieito, uno de mis directores fetiche, y con dirección musical de William Christie, que es quien me cogió de la mano cuando yo era un estudiante y llegué a París para una audición. A Christie le debo el inicio de mi carrera y mi debut en Lyon con L´incoronazione di Poppea en 2004. Hacer este título en Barcelona, en tan buena compañía, es realmente un sueño hecho realidad.
Y para terminar la temporada tenemos la reposición del Fairy Queen que hicimos en Peralada con dirección de escena de Rechi. La haremos en el Festival de Savonlinna en, Finlandia. Y después un proyecto por venir, como le decía al principio, nuevamente con Rafa Villalobos, pero que todavía no puedo anunciar.
A nivel discográfico está por aparecer un disco precioso con I Gemelli de Emiliano González Toro. Grabamos las Vísperas de Monteverdi, que es un repertorio que normalmente yo no tengo oportunidad de hacer. El resultado creo que es muy especial.
También está por aparecer un disco con Ignacio Prego que hicimos con música napolitana inédita. Y de cara a 2026, con Le Concert de l´Hostel Dieu de Franck-emmanuel Comte, vamos a grabar un disco que hace muchos años que quería hacer. Se titulará Furioso y gira alrededor del personaje de Orlando, con piezas de Vivaldi, Händel, Porpora, Stefani, Fux para el sello francés Aparté… La idea es que el programa gire por España, Europa y Estados Unidos.
Fotos: © David Ruano