© Oier Rey Delika
Jone Martínez: "Renunciaría a cantar cualquier cosa menos Bach"
En apenas un lustro de trayectoria profesional, la soprano de origen vasco Jone Martínez se ha consagrado como una auténtica referencia en repertorios tan dispares como el Barroco y la música contemporánea. Colabora habitualmente con directores de la talla de Masaaki Suzuki o Andrea Marcon y ha encontrado en Calixto Bieito la orma perfecta desde la que dar rienda suelta a su vis escénica. En ocasión de un mes especialmente señalado para su agenda, con compromisos en Philadelphia, Madrid, Valencia y Bilbao, conversamos con ella para conocer más de cerca los orígenes de su vocación por el canto, sus inquietudes y sus próximos proyectos.
Si no me equivoco, su dedicación profesional a la lírica no era algo que estuviera en sus planes desde el principio. De hecho, su formación iba encaminada a la docencia.
Así es, la pedagogía siempre me ha apasionado y es en ese campo donde me formé. Mi acercamiento al canto vino de la mano de la música coral, algo tan propio y tan nuestro en el País Vasco.
¿Cómo se adentró en el mundo del canto?
Empecé a estudiar canto pensando sobre todo en aprender a cantar mejor para enseñar después. En aquel tiempo, con un grupo de música antigua del País Vasco me hicieron un par de audiciones para un proyecto en Musikene y me salió, así a la primera de cambio. Y a partir de ahí fue un no parar (risas). Eso fue en 2018. Yo por entonces tenía mi plaza en un conservatorio medio.
Creo que la música antigua y el Barroco fueron ya una constante desde sus comienzos.
Sí, mi repertorio habitual es el Barroco y el Clasicismo. Y mis inicios estuvieron ligados a la Música Antigua. Aunque también me apasiona la música contemporánea. No me importa combinar repertorios distintos, como pasa este año en mi agenda. Tengo Beethoven, Mendelssohn, Poulenc, Stravinsky…. Todo me puede llegar a interesar, en función de las condiciones (director, sala, etc.).
¿Diría que su voz se ha desarrollado un poco más en estos últimos años? ¿En qué dirección o en qué sentido?
Creo que la voz se ha desarrollado un poco más, sí, con un centro un poco más presente. Imagino que es también un desarrollo natural del instrumento, con el paso de los años.
Yo me he esforzado mucho desde el principio en respetar mi voz, cuidando no hacer lo que no podía hacer, lo que no sentía cómodo al cien por cien. Me he esforzado mucho en cuidar esa salud vocal, aunque a veces puede resultar complicado. Me gusta siempre tener la sensación de que estoy cantando repertorio que es saludable para mi voz.
No concibo el canto de una manera estanca sino como algo en permanente evolución. El Barroco por ejemplo es muy diverso, permite muchas expresividades: muchas maneras de decir el texto, dinámicas, diversos volúmenes incluso… En realidad es un repertorio con un margen de libertad y creatividad amplísimo. Pero el Barroco necesita una base técnica muy sólida, mucho más de lo que a veces se pueda pensar.
Sí, porque ha cundido a veces cierta idea de que hay cantantes que llegan al Barroco como de rebote, como si no tuvieran los medios o la técnica para cantar otra cosa; cuando en realidad el Barroco es tremendamente exigente en esos términos.
Efectivamente. Esto afortunadamente va cambiando pero hubo un tiempo en el que daba la impresión de que el Barroco era un lugar cómodo para quien no podía tener los medios o las capacidades para hacer bel canto o el gran repertorio romántico. Y eso no es real.
Afortunadamente también grandes voces, pienso por ejemplo en Sonya Yoncheva, han hecho una apuesta personal por el Barroco desde el principio de sus carreras, más allá del perfil habitual de cantantes muy especializados en ese repertorio.
Sí, eso también ha sido importante. Al final es una cuestión de respeto por un determinado estilo. Eso, sumado con lo que decía antes del cuidado del propio instrumento, creo que es lo básico desde lo que plantear una carrera como cantante. Yo, al menos, lo intento plantear así.
Me fascina su apertura hacia el repertorio contemporáneo. En 2023 usted formó parte del estreno de Orgia de Hèctor Parra, con Calixto Bieito. Eso son palabras mayores.
Sí, fue una experiencia tremenda, en todos los sentidos (risas).
Pero lo cierto es que al mismo tiempo usted estaba grabando Venus y Adonis de Nebra con Alberto Miguélez Rouco y ha aparecido también en un disco de Alejandro Marías con música de Carl Friedrich Abel. Es fascinante ver cómo combina ambos mundos con absoluta normalidad.
(Risas) Es verdad que el Barroco no dista tanto, para mí, del concepto vocal con el que yo miro la música contemporánea. Me refiero al hecho de que ambos repertorios exigen mucha precisión con lo que escrito, una gran fidelidad al estilo, pero también con ese margen de libertad y expresividad que antes mencionaba, precisamente.
En el Barroco en realidad hay poco escrito, hay que conocer mucho el repertorio para saber cómo interpretarlo; las partituras están llenas de figuras retóricas que hay que conocer para saber cómo darles vida. Y esto pasa también, de otra manera, con la música contemporánea, que a veces puede parecer una especie de jeroglífico que no sabes cómo resolver.
Ambas cosas me atraen como un reto, como algo que además muchas veces tenemos que crear desde cero, mano a mano con el compositor y el director, tanto en el caso de estrenos de música actual como en el caso de recuperaciones de música antigua y barroca.
Es interesante esto que apunta porque en ambos repertorios, el barroco y el contemporáneo, se otorga al intérprete un peso creativo que no encontramos por ejemplo en Verdi o en Puccini, por citar dos autores más canónicos.
Así es. Con Hèctor Parra, por ejemplo, tuve la impresión de que había hecho un traje a medida para mí con su escritura vocal en Orgia. Realmente escribió para mí, al dedillo, de una manera impresionante, combinando un punto de comodidad y de lucimiento perfectamente equilibrados.
Por lo que cuenta, imagino que querrá que la música actual siga formando parte de su agenda por venir, en los próximos años.
Sin duda. Tengo en agenda un par de proyectos ya concretos, uno de ellos con música de Òscar Colomina y otro con Alberto Iglesias, trabajando mano a mano con ellos.
¿Fue Orgia, por cierto, su primer acercamiento a la ópera con un proyecto de grandes dimensiones?
Sí, más que Orgia yo diría que fue Calixto Bieito. Porque hice otro proyecto anterior de música escénica con él y me fascinó su forma de trabajar. Para mí ha sido un antes y un después, en términos de aprendizaje. Con él he encajado la manera, mi manera, de poder desarrollar la parte actoral conjuntamente con la parte vocal. He descubierto con él una manera de trabajar que me convence, fuera quizá de algunos estereotipos de la ópera con los que no me identifico tanto.
¿En qué sentido? ¿A qué se refiere con esto de los estereotipos?
Bueno, Calixto Bieito parte mucho de cada persona, de cada cantante. Su manera de trabajar desarrolla un personaje a partir de un intérprete concreto, buscando lo que tú sientes, aquello en lo que crees. Calixto no viene con una idea cerrada y preconcebida, al menos tú no sientes que sea así, sino que te involucra en un proceso creativo, de tal manera que sientes que estás creando algo de manera natural. Y realmente no te das cuenta hasta que no ves el proceso ya tomando forma. Para Calixto es la mejor manera de lograr que lo que se vea en escena sea convincente, tanto para él como para el público y por supuesto para el intérprete. De alguna manera es un trabajo muy realista.
Recuerdo en Orgia una escena en la que yo me tenía que quitar unos velcros y era justamente en el momento más delicado de la partitura, pero Calixto insistió en que tenía todo el sentido que ese ruido conviviese con la delicadeza de la música, justamente ahí, de un modo ya digo realista y natural.
Yo a veces digo que lo que realmente me gusta es el cine, más que la ópera (risas). Me refiero al hecho de que me gusta sentir que formo parte de un concepto general, casi cinematográfico, más allá de esos clichés o estereotipos que antes mencionaba.
Otro proyecto operístico reciente en su agenda, donde cosechó además el aplauso unánime de crítica y público, fue Alcina de Händel en el Maestranza de Sevilla.
Sí, ese quizá sea el proyecto operístico más grande que he hecho hasta la fecha, además cantando un rol titular. Fue un gran reto pero fue maravilloso; estoy muy contenta con esas funciones. Fue un reto vocal e interpretativo; son media docena de arias, con sus da capo, etc. Es un rol largo, con muchísimo tiempo en escena. Fue un proyecto que me hizo crecer mucho como intérprete, tengo esa impresión.
Lo cierto es que tampoco ha hecho muchas cosas en escena, pero da la impresión de haber escogido muy bien lo que hacía, en este sentido.
Totalmente. La excepción de hecho fue la temporada pasada, cuando de repente hice cuatro producciones de ópera cuando en realidad la escena no estaba presente en mi agenda. Hice Orgia y Alcina, que hemos mencionado, y también La Liberazione di Ruggiero de Caccini con el Teatro Real, en Teatros del Canal, y luego Dido de Graupner en Innsbruck, en verano. No es mi intención hacer tanta escena, tanta ópera escenificada, cada temporada; eso es algo que tengo bastante claro. Aunque la ópera me fascina, a decir verdad me siento muy cómoda con los conciertos.
¿Qué le aportan los conciertos exactamente?
Cada cosa tiene sus pros y sus contras; lo ideal sería alternar algunos proyectos escénicos, bien escogidos, con una agenda regular de conciertos. Con estos, con los conciertos, decía que me siento muy cómoda porque puedo cantar muchas cosas que me gustan y que no siempre son viables en escena; por otro lado los tiempos de ensayos son otros, normalmente más ajustados. Pero sí, como decía, me gustaría encontrar el equilibrio entre ambas cosas, para poder hacer cada año uno o dos proyectos en escena, bien escogidos, y el resto del tiempo dedicarlo a conciertos.
Le he preguntado qué le aportan los conciertos, pero a la inversa, ¿qué le aporta el trabajo escénico, a nivel personal y profesional?
Bueno, en realidad si te lo tomas en serio el trabajo con un rol en escena es un trabajo contigo mismo, de un modo bastante radical. Cuando te metes bajo la piel de un personaje hay un juego con uno mismo, hay un compromiso personal con un rol; y esto es algo que no pasa exactamente igual en un concierto, por más que a veces hagamos óperas completas en versión de concierto, pero no es lo mismo.
Además en mi agenda de conciertos suele haber mucho oratorio, mucha música religiosa, y ahí desde luego no se da ese componente psicológico tan rico como el que se puede dar con la ópera en escena. Lo fascinante del oratorio es justamente lo contrario, el reto de tener que lograr una determinada expresividad sin los recursos corporales y escénicos, con la pureza expresiva de la voz, digamos, únicamente a través de la música y el texto; esa dificultad también me gusta.
Para lo relativamente breve que es su trayectoria hasta la fecha lo cierto es que ya atesora una discografía bastante notable, es sorprendente.
Me gusta mucho grabar (risas). Y a veces incluso pienso que he grabado poco (risas). Lo cierto es que soy una apasionada del sonido, de la cuestión de los timbres y los colores, me gusta muchísimo ese trabajo vocal. Y eso a nivel de estudio tiene un desarrollo muy bonito. Es verdad que se han juntado ahora algunas grabaciones que han salido a la luz recientemente, como los dos proyectos con Alberto Miguélez Rouco y Alejandro Marías que mencionaba antes.
Lo interesante es que le guste grabar porque hay muchos colegas suyos a los que les horroriza pisar un estudio; hay quienes después casi que reniegan de su voz preservada en disco.
Y no solo eso; a mucha gente la exigencia del momento mismo de grabar le genera mucha tensión e incluso se bloquean. Para mí en cambio la idea de grabar es otro reto y lo vivo con excitación, pero tranquila. Realmente es peor equivocarse en un concierto que en una grabación; en el estudio puedes repetir, pero no hay una segunda oportunidad en un escenario. En en el trabajo en estudio, para una grabación, yo identifico una búsqueda, un proceso creativo que me llama mucho la atención.
Lo que no tiene de momento es un álbum suyo, monográfico. ¿Tiene en mente abordar un proyecto así, más tarde o temprano? Quizá tendría sentido además plantearlo con la amplitud de su repertorio, desde la música antigua a la música actual.
Sí, en algún momento tendré que hacerlo. Pero quiero hacerlo bien, sin precipitarme. Le voy dando vueltas y quiero ir dándole forma. Si lo hago quiero que merezca la pena, que llegue en un momento en el que yo crea que puedo, por así decirlo, contar algo con un álbum en solitario. Y para eso tienen que encajar muchas cosas. Pero sí, supongo que tarde o temprano llegará.
Hablemos de su agenda por venir, que es realmente imponente de aquí al verano.
Sí, la verdad es que son semanas y meses cargados de proyectos. Tras la gira con La Cetra y Andrea Marcon, haciendo la Arsilda de Vivaldi, tengo un programa con la Orquesta de Philadelphia y Masaaki Suzuki, con música de Bach, coincidiendo además con el trompetista español Esteban Batallán en la cantata que hacemos, me hace mucha ilusión.
La conexión con Masaaki Suzuki es importante, es alguien que ha confiado mucho en su voz, lo mismo que Andrea Marcon.
Sí, siempre que menciono los maestros con los que más y mejor he trabajado cito sin duda a Carlos Mena, Aaron Zapico, Andrea Marcon y Masaaki Suzuki. Con este último actué por primera vez en un proyecto con la Orquesta Sinfónica de Bilbao. Borja Pujol insistió mucho a Suzuki para que contara conmigo esos días y desde entonces no hemos dejado de colaborar; me siento muy afortunada por ello.
Después de este proyecto en Philadelphia tenemos previsto también viajar juntos a Brasil, para un proyecto con la Sinfónica de São Paulo, estuvimos en Japón… es como un sueño para mí, trabajar con él y con su grupo, que son una auténtica referencia para mí. Me hace mucha ilusión volver a colaborar en marzo con Suzuki y la Sinfónica de Bilbao, con un programa de arias de Mozart, difícil pero muy apetecible.
Suzuki es muy estricto pero a la vez muy respetuoso con la música y con la voz; un punto de cercanía en su forma de trabajar. Que me llevara con él y con su grupo a Japón, a grabar un disco de Mendelssohn, es sin duda uno de los hitos de mi carrera hasta la fecha.
De la mano de Suzuki le está llegando quizá una proyección más internacional, si no me equivoco.
Así es, como le decía con él tenemos proyectos tanto en USA como en Japón, también en Brasil… Mi agenda hasta la fecha ha estado muy centrada en España y también he trabajado bastante en Suiza, con varios grupos de allí con los que colaboro habitualmente, entre ellos La Cetra de Andrea Marcon, con sede en Basilea.
En España le veremos también de nuevo este mes de febrero, con la Orquesta de RTVE.
Sí, haremos el Gloria de Poulenc con Thomas Dausgaard. Después tengo un proyecto muy bonito en la Sociedad Filarmónica de Bilbao, donde haremos Il giardino di rose, de Scarlatti, con La Ritirata y Josetxu Obregón, con unos dúos muy bonitos junto a Núria Rial.
Y días después iré con Andrea Marcon a la Orquesta de Valencia con la Misa en si menor de Bach, para volver luego nuevamente a Madrid en marzo, el marco del FIAS, con el grupo Il Fervore.
Algo después, ya en abril, cantaré nuevamente con la Orquesta de RTVE y con mi querido Carlos Mena, haciendo el Requiem de Mozart con un cuarto de solistas muy interesante.
Menuda agenda… Su presencia en España seguirá después, también abril, con Cómicas en el Teatro de la Zarzuela, precisamente con Aaron Zapico, otro de los directores que mencionaba antes como afines a su manera de hacer música.
Sí, este proyecto es una recuperación, como otras que ya se han hecho en el mismo sentido, de música escénica que cantaban las tonadilleras en el siglo XVIII.
Me gustaría preguntarle por sus referentes, entre las voces de soprano. ¿Citaría algunos nombres en particular?
Sí, bueno, en realidad he intentado no fijarme demasiado en nadie sino buscar mi propio sonido. Pero claro, hay artistas que te inspiran, aunque también van variando conforme tú evolucionas y cambias. Para mí hay dos parámetros importantes para que una voz me interese: su técnica y su timbre. Me fascina el uso de los colores en la voz. Dicho todo esto, ahora disfruto más de voces que hacen el repertorio hacia el que me encamino, digamos. Por ejemplo estoy escuchando mucho a Edita Gruberova en cosas donde ella fue referencial, como Zerbinetta, un rol que me gustaría cantar en el futuro.
En todo caso, como le decía, cada vez tiendo a no buscar tanto fuera sino dentro, en mi propia voz. Creo que he ganado confianza, en ese sentido, para explorar por mi cuenta sin estar tan pendiente de esos referentes. Y al mismo tiempo creo que he empezado a relativizarlo todo de una manera bastante saludable. Partiendo de que soy muy exigente, no hay nada tan importante como para hipotecar tu salud y tu vida. Si haces ese click todo fluye mucho mejor; pero para eso hay que llegar a un punto de tranquilidad contigo misma, con el trabajo que estás haciendo, con tu proyección pública, etc. Y eso es un proceso que lleva un tiempo (risas).
Por cierto, ¿qué sentido tiene seguir usando la etiqueta de ‘cantante joven’ en artistas, como es su caso, con carreras hechas y derechas, sea cual sea su edad?
Efectivamente, yo misma me lo pregunto. En primer lugar porque ya no soy tan joven (risas) pero sobre todo porque no estoy empezando en esto, ni mucho menos. Creo que hemos confundido un poco la juventud con la experiencia, en este sentido, y no son sinónimos.
Sacaba a colación este tema, el de la juventud, porque creo que hay toda una generación de artistas que se han visto de repente en el candelero, en un tiempo en el que la revolución digital lo hace todo muy visible, seguramente demasiado visible. ¿Se siente una presión alta, una exposición excesiva en algunos momentos, con una carrera como la suya?
Bueno, como le decía ahora es algo que he ido aprendiendo a relativizar. También depende mucho de tu forma de ser; yo no me considero una persona muy expansiva, más bien una persona introvertida, que tiendo a manejar mi entorno de una manera tranquila, sin demasiada preocupación por esa proyección exterior. Pero qué duda cabe, con una carrera como la que tenemos los cantantes, y más hoy en día, es inevitable tener esa proyección.
Creo que por suerte o por elección, o quizá por ambas cosas, por el tipo de proyectos que he ido haciendo no he sentido una presión muy fuerte, ni por parte de los teatros, ni por parte de las redes sociales, y tampoco por parte de mi agencia, Musiespaña. La sensación con Humberto Orán ha sido siempre de máximo cuidado, preocupación y consejo; son un sostén para mí. Están conmigo desde el primer proyecto sinfónico que hice; Humberto me da toda la libertad pero siempre está ahí pendiente y disponible.
Quizá lo que no llevo tan bien es la exposición pública. Soy una persona a la que no le gusta llamar la atención. Y esa perdida de anonimato a veces es un poco difícil de llevar. También me abruma un poco la sensación de que mi imagen, a través de fotos, videos y demás, está ahí expuesta sin que yo tenga el total control de todo eso. Lo importante es que he sido consciente ya de que eso me abruma; entiendo que hay cosas inevitables que son parte de este entorno profesional y lo que intento es llevarlo lo mejor posible con mi forma de ser, que como digo es poco expansiva (risas).
¿Y la ambición cómo se lleva? Porque llega un momento en el que lo que los demás esperan de uno y lo que uno proyecta sobre sí mismo en el futuro, puede ser también una losa muy pesada.
Ahí tengo suerte porque nunca he esperado nada, todo lo que me ha llegado ha sido sin haberlo previsto o proyectado. Cuando las cosas llegan, bienvenidas sean, me las trabajo mucho y las aprecio, estoy muy agradecida con todo lo que me ha pasado y me pasa a día de hoy; pero nunca he proyectado unos objetivos concretos que me abrumen a mí misma. Y cruzo los dedos, espero no salirme de ahí, de ese anclaje.
Mencionaba antes el rol de Zerbinetta y aunque confiese ahora no ser una persona ambiciosa, imagino que alguna ambición con el repertorio sí que tendrá (risas).
Sí, bueno, no lo voy a negar (risas). Pero no sé siquiera si lo llamaría ambición; más bien hay ciertos roles u obras que me gustaría probar, pero ni siquiera me lo planteo como un objetivo de agenda, en un plazo concreto. La Zerbinetta la estoy estudiando desde hace algún tiempo y si llega la oportunidad de cantarla me encantaría saber si la puedo resolver de una manera convincente.
En general hay un repertorio al que me he acercado poco y que sí querría explorar que es el canto de coloratura. Ahora con este proyecto con Suzuki y la Sinfónica de Bilbao, con las arias de Mozart, precisamente pretendo adentrarme un poco más ahí. Yo creo que podría ser una Reina de la Noche solvente, tengo los medios y la técnica para resolverlo, pero no lo hago a día de hoy, no se ha dado y tampoco lo he buscado. Además la Reina de la Noche es un papel con un componente dramático que a día de hoy yo no tengo todavía.
El repertorio de agudos y sobreagudos no me ha fascinado hasta la fecha, he preferido concentrarme en cantar cosas que me convencían por texto, por belleza de la música, por emociones… pero supongo que tarde o temprano me acercaré también a esas obras.
¿Y el bel canto no está en su horizonte a medio o largo plazo?
Pasa un poco lo mismo que con otros repertorios que hemos mencionado al principio. A veces da la impresión de que se conciba el bel canto como un repertorio muy separado, como un compartimento estanco, pero en realidad no lo es tal. Hay bel canto en el Barroco, hay bel canto en Mozart… Pero en la profesión parece que si haces tal cosa no puedes hacer tal otra. Alcina es puro belcanto, a su manera.
Es verdad que yo no he invertido tiempo en focalizarme en ese repertorio, todavía; creo que para mi instrumento, para mi voz, ha sido y es más saludable haber empezado por la música antigua y el Barroco, como hemos comentado antes. Pero por supuesto, el bel canto podría llegar y confío en que llegará; para mí está mucho más cerca de lo que pueda pensarse.
También es verdad que hay ciertos saltos de repertorio que hay que escoger muy bien en qué momento se ejecutan, porque a veces no hay vuelta atrás.
Eso es cierto. Por eso le decía que creo que es más conveniente, al menos creo que lo ha sido en mi caso, empezar por el Barroco y luego ir viendo. Yo tengo muy claro que quiero cantar Bach durante toda mi vida. Y si tengo que renunciar a cantar algunas cosas para poder cantar Bach, lo haré sin duda alguna.
Es toda una declaración de intenciones; de hecho me acaba de dar el titular de esta entrevista (risas).
(Risas) Pero es verdad. Renunciaría a cantar cualquier cosa menos Bach. Para mí Bach es lo máximo, lo es todo; es mi centro de gravedad. Es verdad que hay cantantes capaces de acercarse a otros repertorios y luego volver, sin problema alguno; pienso en José Antonio López, admiradísimo, capaz de hacer Wagner o Verdi una semana y cambiar después a Haydn o Bach mismo, sin problema alguno, impecable siempre. Para mí él es un referente, pero no hay tantos casos así. Al final es todo trabajo, trabajo y trabajo… Cuando estábamos haciendo juntos La Creación de Haydn recuerdo que José Antonio estaba preparando el Verdi que tenía después. Para mí eso sería lo ideal, poder combinar ambas cosas de una manera tan natural y equilibrada. Pero si me dan a elegir, entre cantar cualquier cosa a costa de Bach, sin duda me quedo con Bach (risas).