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Comunicar

Granada. 29-30/06/2024. Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Palacio de Carlos V. Obras de Schönberg, Mahler, Stravinski, Debussy y Mozart. Orchestre de París. Christiane Karg, soprano. Klaus Mäkelä, dirección musical.

Hace apenas unas semanas, cuando se confirmó su nombramiento como próximo director titular de la Chicago Symphony a partir de 2027, las redes sociales se inundaron de comentarios que cuestionaban la idoneidad de Klaus Mäkelä para asumir tal compromiso, habida cuenta de que es también el próximo director designado de la Orquesta del Concertgebouw y cuando aún no ha terminado siquiera sus dos titularidades en vigor, una con la Orquesta de París y otra con la Filarmónica de Oslo.

Se cuestionaba a Mäkelä por su juventud y por su supuesta falta de madurez par asumir cargos de semejante entidad, como si no estuviera lo suficientemente preparado para tales empresas. La ignorancia es ciertamente muy atrevida y prejuzgar suele salir gratis. Pero quienes llevamos un tiempo ya siguiendo de cerca a este joven director de origen finlandés tenemos la certeza de que su aparición es lo mejor que le ha pasado a la música clásica en mucho tiempo.

Y es que Mäkelä auna juventud y preparación, seriedad y naturalidad, ambición y serenidad. ¿Qué más podemos pedir? Tenemos a un director joven, capaz de seducir a los públicos más diversos, capaz asimismo de mantener en forma la industria discográfica y la maquinaria de giras y festivales. Pero es que además tiene talento y hace gala de una formación técnica espectacular.

Evidentemente, no es perfecto, como nadie lo es, y tendrá conciertos mejores y conciertos peores. Yo mismo no quedé muy convencido con su Quinta de Bruckner hace unas semanas en Dresde, con la Orquesta del Concertgebouw, pero las sensaciones con él han sido inmejorables a lo largo de estas dos jornadas con la Orquesta de París en el Festival de Granada, en su última edición con Antonio Moral al frente.

La primera de estas dos veladas fue un concierto redondo, digno de preservarse en disco. Mäkelä ha pulido el sonido de la formación parisina, que suena ahora sumamente elegante, nutrida y firme en las cuerdas, exquisita en maderas y metales. El relieve de las cuerdas se puso de manifiesto con la primera de las obras ejecutadas, la Noche transfigurada de Schönberg en una versión realmente impecable, de una naturalidad extraordinaria. Mäkelä optó más por la poesía y el dinamismo que por la trascencia y la dureza. En sus manos la obra sonó más hacia el siglo XIX, por decirlo de alguna manera, con ese cromatismo de aires tan wagnerianos. 

Lo mejor de la noche estaba no obstante por llegar con la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler. El maestro finlandés desentrañó la intrincada maraña técnica de esta partitura con admirable aplomo. Seguridad, decisión, confianza y naturalidad fueron las señas de un Mahler sentido y genuino, un tanto a la Bernstein, sin excesos pero sin duda vivido, con alma. Versión luminosa y exquisita, de sólida armazón estructural, sin fisuras en el fraseo y con instantes de subyungante belleza, especialmente en un tercer movimiento sumamente inspirado. 

Fue impactante ver a Christiane Karg -toda una especialista en esta partitura- interviniendo en el último movimiento desde lo alto del Palacio de Carlos V, desde la galería superior del palacio. La ubicación no era la idónea, en términos acústicos, pero lo cierto es que funcionó mejor de lo esperado, añadiendo un punto de teatralidad y manifesetando una eficaz compenetración entre soprano y batuta. Karg cantó de manera exquisita, poniendo el broche a una Cuarta de Mahler de las que se recuerdan. Este ha sido, sin duda alguna, uno de los mejores conciertos que le he visto a Mäkelä hasta la fecha, haciendo gala precisamente de esa madurez en el podio de la que algunos le reprochan carecer.

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La segunda velada, de aires indudablemente parisinos, no rindió a un nivel tan estratosférico aunque fue igualmente de primera línea, sobre todo en la primera mitad del programa, con una versión solidísima de Petrushka de Stravinski, una obra difícil de dirigir, dificil de ejecutar y a la que Mäkelä imprimió una continuidad muy teatral, una fluidez casi escénica. La partitura se brindó por cierto en la revisión que Stravinski hiciera de la partitura allá por 1946, casi a modo de una suite de concierto.

El joven director finlandés ha cosido a su medida los atriles de la Orquesta de París, un equipo de músicos que le responden como un solo hombre al mínimo gesto. Las indicaciones de Mäkelä son además sumamente nítidas, teatrales en su justa medida, enfático y sobre todo sumamente comunicativo con su gesto, no solo hacia los intérpretes sino también de cara al público, que gana mucho en términos de experiencia musical gracias a esa entrega denonada y sincera que transmite la joven batuta. Al final todo es cuestión de comunicar y nadie puede negarle a Mäkelä la capacidad y la simpatía para hacerlo desde el podio y fuera de él.
 
Asistimos así un Stravinski apasionado, vibrante, y al mismo tiempo preciso y elocuente. Mäkelä hizo gala aquí de sus virtudes técnicas, sobre todo a la hora de marcar ritmos, tiempos y dinámicas, conformando una versión de la partitura realmente colorista. Aquí, como había sucedido ya con el Mahler de la jornada anterior, fue fundamental el extraordinario trabajo del concertino invitado, el palermitano Andrea Obiso, procedente de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia en Roma.
 
La segunda parte del concierto fue en cambio algo más blanda, en el sentido de que Mäkelä se afanó mucho en subrayar el caracter lánguido y melancólico de la partitura de Debussy (Preludio a la siesta de un fauno), ese aliento de letargo tan bien descrito en la obra.  Hubo ciertamente mucha musicalidad en la versión desplegada por la Orquesta de París, que hizo gala de una evidente familiaridad con la pieza, con unas maderas especialmente afortunadas en su intervención.

El broche a estas dos jornadas vino con la Sinfonía no. 31 de Mozart, apodada 'París' y fue quizá lo menos redondo de ambos programas. Mäkelä dirigió una versión efusiva, quizá demasiado para los mimbres con los que contaba. Tuve la sensación de que se buscaba una lectura de aires historicistas pero sin contar en los atriles con los medios para lograrlo. Y la cosa quedó en un quiero y no puedo, estimable sin duda, pero claramente por debajo del resto de obras interpretadas, desde luego muy por debajo del fantástico Mahler escuchado la noche anterior.

Volviendo a lo dicho al principio, es lógico tener dudas sobre las capacidades de un joven director como Mäkelä para hacerse cargo de empeños tan mayúsculos como los que se le vienen encima en Ámsterdam y Chicago. Pero no hay más que verlo dirigir para disipar todas esas dudas. No se trata de afirmar si es un maestro pluscuamperfecto o no; no se trata de decir si es el número uno, cualquier listado es absurdo en este sentido. Pero quien piense que Mäkelä es todo apariencia y envoltorio debería salir más de casa, abrir los ojos y las orejas, dejarse fascinar y guardar los prejuicios en un cajón, porque estamos ante un fenómeno histórico que ha llegado para quedarse y que va a garantizar muchas noches de música con mayúsculas.

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