Agua donde hubo fuego

Barcelona. 25/09/2024. Gran Teatre del Liceu. Sara Jakubiabk (Katerina Ismailova) Alexei Botnarciuc (Boris Ismailov). Ilya Selivanov (Zinovi). y otros. Alex Ollé, direción de escena. Josep Pons, dirección musical. 

La mañana del 31 de enero de 1994, una chispa prendió el infausto destino del Gran Teatro del Liceu, cuyo edificio sucumbió ante las llamas. Treinta años después y transcurridas dos décadas y media desde su reinaguración en 1999, el Liceu que ahora comanda Víctor García de Gomar ha apostado por una apertura valiente, con un título lejos de la popularidad de Toscas y Aidas y que no se veía en el coliseo de las Ramblas desde hace más de dos décadas. La Lady Macbeth de Shostakovich es por encima de todo una obra de significación histórica notable, una de las cumbres en el catálogo de su autor y una obra de extraordinarias demandas para los cuerpos estables de cualquier teatro que se precie de ponerla en pie. Bien puede decirse, a tenor de lo escuchado y visto ayer en Barcelona, que el Liceu ha superado la prueba con nota, aunque sin destellos de genialidad. No fue una función memorable pero todo estuvo más o menos al nivel de las circunstancias

Josep Pons llegó al Liceu en el año 2012, entonces con la orquesta titular del teatro en un estado casi comatoso, con veladas de auténtico sonrojo. Desde entonces es una evidencia que la solvencia del foso del teatro ha ido in crescendo. Es un secreto a voces, y lo mismo sucede con Victor Pablo Perez, que Pons no es un maestro descollante pero sí es en cambio un buen conformador de orquestas. En estos aproximadamente diez años, si quitamos el paréntesis de la pandemia, bien puede decirse que Pons ha completado con éxito la tarea para la que fue reclutado, que no era otra que garantizar la viabilidad y resolución de la orquesta del teatro, profundamente renovada y capaz de enfrentarse hoy a partiuras, como esta Lady Macbeth, que habrían sido todo un sufrimiento apenas una década atrás. 
 
Dicho esto, lo mejor de la velada en esta ocasión bien puede decirse que provino del foso, al menos si nos conformamos con una idea bien ordenada y eficiente de la ejecución musical. No hubo destellos de genialidad por parte de la batuta, pero es innegable que la orquesta sonó muy preparada en todas sus secciones, con unos metales intachables, con una cuerda de importante relieve y con unas maderas de gran protagonismo. Ya digo, esto diez años atrás en el foso del Liceu era poco menos que ciencia ficción. Hubo instantes de tensión, cuadros monumentales, momentos de lirismo e intimidad y todo se antojó bien medido y resuelto.
 
Esta Lady Macbeth es pues, podríamos verlo así, la culminación del trabajo de fondo que Pons ha desplegado con el Liceu, con fecha ya de caducidad y a la espera de saber quién tomará su relevo al frente de las riendas de la dirección musical del teatro. La orquesta está ahora mismo en un punto en el que un maestro con chispa, por decirlo de algún modo, podría propiciar un salto cualitativo importante. A ver si hay suerte...
 

Renovado hasta 2026 como artista residente del teatro, se esperaba mucho más de Álex Ollé en la que ha sido su primera nueva producción en términos absolutos para el Liceu -los anteriores trabajos fueron reposiciones o estrenos en Barcelona de trabajos procedentes de otros teatros-. A decir verdad la propuesta escénica del director catalán -ya desvinculado de La Fura- es bastante discreta y no dice gran cosa. 

El espectáculo, tampoco puede negarse, discurre con relativa fluidez, no hay nada fuera de lugar -más allá de alguna vulgaridad demasiado obvia y ramplona, a estas alturas-, pero queda lejos de ser una propuesta icónica y digna de recuerdo. Si acaso cabe rescatar la idea de la cama de Katerina como leitmotiv de la propuesta, siendo al mismo tiempo escenario de su desenfreno y de su culpa, marco de sus excesos y de sus arrepentimientos. Y de hecho la cama reaparece, multiplicada, para dar forma al campo de prisioneros en el último cuadro.

Ollé, se diría, parece poner el foco en la opresiva soledad de Katerina en esa sociedad marcadamente machista y patriarcal, aunque evita caer en el cliché de una propuesta vanamente feminista. Sea como fuere, no creo que para llegar hasta ahí haga falta escribir un libro, como ha hecho Ollé para explicar el proceso de creación de esta puesta en escena.  

Por otro lado el director catalán demuestra una falta de imaginación alarmante, repitiendo clichés de su propio imaginario (el agua que ya empleó en Pelléas et Mélisande) o recursos y referencias visuales de otros directores (Carsen, sin ir más lejos, tanto en Rusalka como en Katia Kabanova).

Hay además no pocas inconsistencias en el trabajo de Alex Ollé, algunas de ellas muy evidentes. Sirva como ejemplo la más palmaria: tanto insistir con el agua, como una premonición del final de la protagonista, y al final Katerina no se ahoga, se corta el cuello. Y además el director lo vende como una genial licencia sobre el libreto. Sin comentarios… 
 
La escenografía de Alfons Flores, con una suerte de paneles móviles, otorga cierto dinamismo al conjunto, que adolece no obstante de un estatismo bastante plomizo. La propuesta gana enteros gracias a la magnífica iluminación de Urs Schönebaum, quien acierta a jugar con los reflejos del agua para crear un ambiente de inquietud y perturbación. 

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De entrega total cabe calificar la labor de Sara Jakubiak con el rol protagonista, en su primera vez con el papel. Intensa en lo vocal y en lo escénico, quizá no sea el suyo un instrumento especialmente dramático -viene de ser una Arabella de libro, para que tengamos una referencia clara-, pero supo hacer suya la parte sin flaquezas ni sobreesfuerzos. Realmente encomiable su compromiso a tumba abierta con la puesta en escena de Ollé, que la sitúa en situaciones incómodas una y otra vez, ya sea por la constante presencia de agua en el escenario o ya sea por lo explícito de algunas situaciones de índole sexual. 

Dejó algo que desaer en cambio el Boris Ismailov de Alexei Botnarciuc, solvente qué duda cabe, pero lejos de brindar una encarnación descollante de un personaje que se presta a mucho más. Del resto del elenco cabe destacar, por solidez vocal y entrega escénica, el excelente Serguei de Pavel Cernoch, con una voz que ha ganado enteros y solvencia en el agudo. Algo más apocado, aunque dando perfectamente el personaje en escena, sonó el Zinovi de Ilya Selivanov.

Del extenso elenco de comprimarios destacaría la valentía y entrega de Núria Vilà como Aksinia, la desenvoltura escénica de José Manuel Montero y el excelente Pope de Guran Juric, con unos medios y una vis cómica de primera magnitud. Lo que había de ser un homenaje al célebre Paata Burchuladze casi quedó en una lastimera aparición, dado lo mermado ya de sus medios. Excelente labor también del coro titular del teatro, bien requerido en esta ópera, dejando mejor impresión vocal que en algunas de sus últimas apariciones durante la pasada temporada.

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Fotos: © Sergi Panizo