Kunde Peralada JoanCastro Iconna 

El luchador cansado

Peralada. 06/07/2017. Festival Castell de Peralada. Obras de Bellini, Rossini, Verdi, Puccini y Leoncavallo. Gregory Kunde, tenor. José Ramón Martín, piano.

Si hay algo que admiro en Gregory Kunde por encima de todo es su afán de superación. Quién le iba a decir allá por 1994, cuando se enfrentó al cáncer, que hoy sería uno de los tenores más cotizados y respetados del panorama internacional. Su agenda habla por sí sola: se ha alternado como Otello con Jonas Kaufmann en el Covent Garden de Londres y acaba de firmar su debut como Calaf en Turandot bajo la batuta de Zubin Mehta, en Israel. Quizá su agenda sea, precisamente, la principal razón de su fatiga. Y es que Kunde se presentó en el Festival de Peralada visiblemente cansado, sin nada preocupante que quepa poner sobre la mesa, pero sí con la evidente sensación de acumular una cierta fatiga al cabo de una temporada exigente y ambiciosa.

Gregory Kunde es un tenor que ya ha dicho todo lo que tenía que decir y que no tiene nada que perder, como bien me reconocía en la última entrevista que mantuvimos hace ahora un año, cuando fue portada en Platea Magazine. Se ha ganado a pulso un lugar en el selecto Olimpo de los grandes tenores de la historia de la lírica, con hazañas como ser el único en cantar en una misma temporada los dos Otellos, el de Verdi y el de Rossini, con apenas días de distancia. Y no tiene intención de detenerse, ni mucho menos. Su agenda por delante, con intensa presencia en nuestro país, incluye funciones de Un ballo in maschera (A Coruña), Aida (Muscat y Madrid), Norma (Liège y Bilbao), Poliuto (Barcelona), Peter Grimes (Valencia), La forza del destino (Dresde) y Manon Lescaut (Barcelona).

Quien no lucha, no se cansa. Y Kunde es el primero que lo sabe. El programa presentado en Peralada no era excesivamente exigente -más lo fue el que presentó en Baluarte, por ejemplo- pero sí podía resultar comprometido. Una bella selección de canciones enmarcaba los dos platos fuertes de la primera parte, sendas escenas de Bellini y Rossini. Empezó Kunde dosificándose bien con las canciones de Bellini, rematadas por una colosal escena de Pollione en Norma, exultante y vibrante, caldeando el ambiente de la Iglesia del Carmen. Tras dos exigentes canciones de Rossini llegó el turno para “Asil héréditaire”, una página de Guillaume Tell que Kunde ha paseado por los mejores escenarios durante varios años y que en cierta manera está ligada a su resurgir profesional, con esas ya míticas funciones de Coruña con Zedda. Kunde no estuvo aquí a la altura de sí mismo hace apenas unos años. Y es lógico, pues la voz va siendo cada vez menos flexible y ha perdido cierta pujanza tímbrica, sonando más desgastada y áspera en el centro. Pero la técnica se impone y es sin duda la gran baza del tenor norteamericano, quien renunció a ampliar el programa con la cabaletta subsiguiente, visiblemente esforzado. 

Y es que hasta los más grandes tienen a veces días menos grandes. La segunda parte lo certificó, arrancando con tres canciones de Verdi donde Kunde no terminaba de sentirse cómodo, quizá lastrado aún más por la particular acústica de la sala. En todo caso, dejó muestras de su buen hacer fraseando con pasión y elegancia el “Ma se m´è forza perderti” de Un ballo in maschera. Confieso que me parece un tanto erróneo incluir un aria como “Che gelida manina” en el programa de este recital, sobre todo por la voz de Kunde no tiene hoy ya la luz y lozanía que uno asocia con el personaje de Rodolfo. Kunde consiguió rematar en alto la velada con una imponente recreación del “Vesti la giubba” de Canio en Pagliacci, demostrando lo dicho al principio sobre su inagotable afán de superación. Al hilo de esto me permito recordar una anécdota, muy brevemente: cuando escuché a Kunde en su recital de A Coruña, allá por 2011, el norteamericano tuvo un traspiés (una flema apenas) acometiendo el aria de Arrigo en Las vísperas sicilianas. No dudo un instante en detenerse, pedir disculpas por el inconveniente y empezar de nuevo la pieza, resolviendo intachable el pasaje del traspiés. Ese es Gregory Kunde: un inconformista, consigo mismo y con la vida, que hoy saborea los años más felices de su existencia, a buen seguro nunca soñados.

En línea con esto las dos propinas (“What a wonderful world” de Louis Amstrong y “My Way” de Frank Sinatra) dejaron una amarga, emotiva y desasosegante sensación de despedida, como un si un cierto ocaso pudiera empezar a asomar tras estos años increíbles. Dio la impresión, en un par de instantes, de que a Kunde se le hubiera pasado por la cabeza un “Hasta aquí he llegado, ya es suficiente, puedo estar satisfecho conmigo mismo”. Y tanto que puede estarlo, pero me temo que le queda fuelle para rato, hablando en plata. Un recital como este, más fatigado pero valiente y entregado, auténtico, no empaña lo más mínimo una trayectoria desde todo punto de vista admirable. Lo repito a modo de cierre: Gregory Kunde es un luchador nato y un trabajador infatigable. Y precisamente los que luchan con más ahínco son los que más derecho tienen a estar cansados.