Petrenko Mahler7 Bayerische 2018 W.Hosl

 

Contener y desbordar

Múnich. 29/05/2018. Bayerische Staatsoper. Mahler: Sinfonía no. 7. Bayerischen Staatsorchester. Dir. musical: Kirill Petrenko.

Apenas quince minutos para el comienzo del concierto y las puertas para acceder a la sala permanecían aún cerradas: Kirill Petrenko aquilataba los últimos detalles de su lectura de la Séptima sinfonía de Mahler. Obsesivo, perfeccionista, consciente de que siempre hay espacio para una vuelta de tuerca más. El genial talento de Kirill Petrenko parece no tener fin y cada nueva cita con él a la batuta se convierte en un acontecimiento extraordinario. La expectativa siempre es máxima y nunca defrauda. 

Hace apenas un par de meses pude escuchar una sobresaliente lectura de la Sinfonía no. 7 de Mahler a cargo de la Filarmónica de Viena, bajo la batuta de Daniel Barenboim. La presente versión ofrecida por Petrenko en Múnich, con su orquesta de la Bayerische Staatsoper, rivaliza con aquella en lo memorable. Si la versión de Berlín fue una filigrana, la de Múnich con Petrenko ha sido un derroche de fantasía. Hace ya tiempo que vengo señalando en el maetro ruso una capacidad ciertamente singular para resultar al mismo tiempo analítico y narrativo, tan dueño y señor en el eje vertical como en el discurso horizontal. Es curioso comprobar como tanto las representaciones operísticas como los conciertos sinfónicos se benefician igualmente de esta doble virtud. 

Con un gesto que por momentos hacía ver en Petrenko la reencarnación de Carlos Kleiber y Leonard Bernstein, juguetón y bailón por momentos, enloquecido y brutal en otros instantes, su batuta estimulo de una manera extraordinaria a los atriles de la orquesta muniquesa. Esta formación ha confirmado una vez más hasta qué punto es un eslabón determinante a la hora de valorar la Bayerische Staatsoper como el coliseo de referencia a nivel mundial: sin esa orquesta, la gesta de Petrenko durante estos años en Múnich no habría sido igual. 

Este Mahler fue un espectáculo, entre otras cosas, por el modo en que Petrenko y sus músicos demostraron comunicarse. En manos del maestro ruso, la orquesta murmura, recita, baila, bromea... Un espectáculo que jamás se queda no obstante en la superficie, en la mera exhibición técnica; no hay un ápice de afán demostrativo en el tándem que conforman Petrenko y su orquesta. De hecho, esta compleja y singular sinfonía de Mahler, manifestó una vez más una virtud singularísima del maestro ruso, quien hizo gala de una capacidad inaudita para contener y desbordar. Esto es, para generar una tensión, retenerla progresivamente y hacerla estallar en su climax. 

Hay algo contagioso en el hacer de Petrenko, al que hace unas semanas caractericé como un brujo, al hilo de sus conciertos en Berlín con Yuja Wang: verle sonreir, disfrutar y estallar en fin como poseído por la música; percibir cómo escucha e indica a sus músicos; verle contorsionar todo el cuerpo en busca de algo más allá de lo evidente; en suma... verle hacer música con mayúsculas hasta un punto que rebasa las palabras. Aún a riesgo de resultar reiterativo no puedo dejar de decirlo: lo que hace Petrenko desde el podio es algo muy grande y por momentos inaudito. Su Mahler tuvo una ironía y un sarcasmo muy particulares. Diría incluso que pocas veces he escuchado un Mahler tan consciente de sí mismo, tan poco contemplativo y no sabría decir si tan auténtico.