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Mientras les siga gustando lo que hago

Barcelona. 23/04/2016. Gran Teatro del Liceo. Verdi: Simon Boccanegra. Plácido Domingo (Simon Boccanegra), Ferruccio Furlanetto (Fiesco), Davinia Rodríguez (Amelia), Ramón Vargas (Gabriele Adorno), Elia Fabbian (Paolo), Damián del Castillo (Pietro) y otros. Dirección de escena: José Luis Gómez. Dirección musical: Massimo Zanetti.

No por ya sabido es menos cierto que Plácido Domingo es un artista fuera de serie, al margen de cualquier categoría conocida. Nació tenor y ha terminado por ser simple y llanamente Plácido Domingo. “Más que un tenor", como atinadamente apuntaba Roger Alier en su reciente artículo glosando los 50 años de Plácido Domingo en el Liceo. Lo cierto es que queda ya atrás el tiempo en el que el debut de Domingo como Boccanegra parecía un capricho justificado antes de alejarse poco a poco de los escenarios. Desde entonces ha engrosado su repertorio con una decena larga de roles para barítono, ahondando no sólo en el catálogo verdiano, donde por descontado su madurez ha hecho fortuna, con esas figuras paternas (Boccanegra o Foscari, sobre todo) que tan bien cuadran hoy con su físico y con su temperamento.

A diferencia de lo sucedido por ejemplo en Valencia hace dos años, con un Domingo más cansado, en esta ocasión sorprendió desde el principio la seguridad de su canto, con una voz que corría como en sus mejores tiempos, sonando netamente al Domingo tenor, sin buscar un sonido más grave y artificioso. Sorprendió también el mayor desahogo en algunas frases, con espacio para un legato más amplio y sostenido. Por descontado, los acentos y la teatralidad son las de un artista mayúsculo que conoce el escenario como la palma de su mano. En el debe, claro está, las limitaciones que la edad impone, con una respiración a veces entrecortada, con algún lapsus puntual con el texto y con una fatiga general a la que no obstante se impone a base de oficio, denuedo y entrega. Ha levantado mucha polvareda la crítica de Tommasini en el New York Times, poco menos que pidiendo la cabeza de Domingo, su retirada inmediata. Lo cierto es que Domingo está todavía hoy muy lejos de hacer el ridículo, por mucho que parezca llevar ya un lustro "jugando" en el tiempo de descuento de una trayectoria que ha batido todos los récords habidos y por haber. En última instancia, todo se resumen en las palabras del propio Domingo al final del homenaje que se le tributó en escena al cierre de esta función: “Hasta que les siga gustando lo que hago”. El público es soberano y todo apunto a que tenemos Domingo para rato.

A su lado, Ferruccio Furlanetto sigue siendo un animal escénico y presenta así un Fiesco más fiero que noble, de acentos truculentos, sin duda autoritario. El material sigue teniendo mucha presencia y su entendimiento en escena con Domingo, en los dos dúos que les depara esta ópera, volvieron a ser los momentos de mayor tensión de la velada, como ya sucediera con ambos también en Madrid, hace varios años. En el debe queda una sucesión de sonidos espureos, de dudosa factura, que Furlanetto va intercalando a lo largo de toda la representación y que afean una labor capitaneada en su caso por una teatralidad sobresaliente.

Valiente y segura, Davinia Rodriguez firmó un buen debut en el Liceo, con un rol que se advierte a primera vista que ha cantado ya antes y con el que se encuentra confiada. En su caso me atrevería a decir que la elaboración técnica del instrumento se impone a la naturaleza del mismo, que es notable aunque no descollante. Da la sensación de que la suya es una voz muy trabajada, lo que resta a veces un ápice de frescura a su fraseo. Hay por tanto un margen de mejora en su caso, en lo que respecta a la articulación el texto, por un lado, y a la igualdad de colores entre registros, por otro. El material tiene extensión y corre bien por la sala, limpio y con presencia, y hay no pocos detalles de buena factura en su canto. 

Sorprendió para bien el Gabriele Adorno de Ramón Vargas, repuesto tras el reguero de cancelaciones que arrastraba a lo largo del último año. El timbre está indefectiblemente gastado ya en el agudo, pero el centro se mantiene atractivo y el fraseo sigue siendo limpio, elegante y lírico. Muy apreciable también el Paolo de Elia Fabbian, lo mismo que el Pietro de Damián del Castillo y el breve cometido de Francisco Vas como capitán de ballesteros.

En escena la producción de José Luis Gómez es austera, casi espartana, poco más que un decorado de hecho, apenas un remedo de la mítica propuesta de Strehler para la Scala, con esa escalinata del último acto. A la postre Gómez confía toda la representación al hacer de los solistas, con un trabajo escénico que ni molesta ni entusiasma.

Massimo Zanetti suele plantear buenas lecturas verdianas y los pasados Foscari en versión concierto, también con Domingo, dejaron ya muestra de un buen entendimiento entre su batuta y la orquesta del Liceo. En esta ocasión se reeditaron las mismas sensaciones, si bien al pulso de Zanetti le falto algo de brío y una capacidad mayor para plantear con orden y transparencia la rica orquestación verdiana, que comparecía algo confusa en algunas escenas, como el último dúo entre Boccanegra y Fiesco. El foso del Liceo confirma un repunte progresivo, cada vez más afianzado, sin pifias en los metales y con una cuerda cada vez más capaz. El coro se mostró también muy desenvuelto, a pesar de una entrada en falso en la escena del Consejo y al margen de algún sonido más agrio en el agudo por parte de las voces femeninas.