Criticando, que es gerundio
Madrid. 26/04/2022. Teatro Real. Mozart: Le nozze di Figaro. Julie Fuchs (Susanna). Vito Priante (Figaro). María José Moreno (Condesa). Andrè Schuen (Conde). Rachel Wilson (Cheurbino). Fernando Radó (Bartolo). Monica Bacelli (Marcellina). Christophe Montagne (Basilio). Alexandra Flood (Barbarina). Moisés Marín (Don Curzio). Leonardo Galeazzi (Antonio). Claus Guth, dirección de escena. Ivor Bolton, dirección musical.
No se imaginan lo difícil que es escribir sobre funciones en las que, en realidad, no ha pasado nada verdaderamente reseñable. En unas recientes lineas mi compañero Gonzalo Lahoz se cuestionaba en voz alta sobre el sentido de seguir escribiendo críticas al uso, centradas sobre todo en el hecho musical. Es cierto que en ocasiones cunde el tedio, ante la trituradora de lugares comunes en la que se ha convertido la programación de muchos teatros y auditorios. Es una dinámica asfixiante y de la que resulta dificil escapar. Ante la enésima sexta sinfonía de Chaikovski, seguramente peor que la anterior, cabe poco que decir, sobre todo si uno escapa por voluntad propia del registro hiriente e inquisidor en el que parecen regodearse otros medios y autores; un registro con el que Platea y quien firma, dicho sea de paso, nunca se han identificado.
Dicho lo cual, francamente, creo que hacemos falta. Somos prescriptores, ayudamos a crear opinión en la audiencia, aportamos una subjetividad crítica, elaborada, contrastada, que enriquece este género/negocio. Y es que no todo vale, no todos los artistas e instituciones son iguales y el público, usted lector que ha llegado hasta aquí por algo, espera encontrar en mi opinión algunas claves que le permitan discernir si le merece la pena o no desembolsar un dinero para ver tal o cual espectáulo y con qué expectativas acudir a él.
La crítica, qué duda cabe, no atraviesa buenos tiempos y quizá por eso a veces entre nosotros, entre quienes la practicamos a diario, cunda el desanimo. Pero nuestra función queda clara, tremendamente nítida, ante representaciones como la de estas Bodas, tan respetable como tediosa, a años luz del brillante Ángel de fuego de Prokófiev de hace apenas unas semanas en este mismo teatro. La crítica, aunque algunos la empleen más bien para pontificar y para vomitar sus prejuicios, sirve para desentrañar lo blanco de lo negro, ahondado en una paleta casi infinita de grises. Y quizá por eso incomodamos, porque hasta cuando discrepamos, intentamos hacerlo desde el respeto y el fundamento.
Dicho todo esto, hablemos de estas Bodas en el Real, que es lo que ustedes han venido aquí buscando. El elenco estuvo claramente dominado por las voces femeninas. La Condesa de María José Moreno fue un derroche de clase y buen gusto, con una emisión dúctil y un fraseo esmerado y poético. La soprano española firmó una interpetación irreprochable, con un 'Dove sono' de libro, elegantísimo. También brilló con luz propia la pícara Susanna de la soprano francesa Julie Fuchs, con un instrumento idoneo para la parte, ciertamente resolutiva además en escena, sosteniendo sobre sus hombros los mejores momentos de la propuesta de Claus Guth.
No se quedó atrás tampoco el Conde del barítono Andrè Schuen, quien aspira a situar su lectura del rol junto a los más grandes de la discografía. Elegante, intenso, bien medido en todas sus intervenciones, bordó su intervención en 'Hai già vinta la causa!', tan exigente Guth aquí con su cometido escénico además. A priori Schuen lo tiene todo para una gran carrera: los medios, el estilo y la inteligencia para conjugarlo todo en escena.
Convenció mucho menos el Figaro de Vito Priante. A pesar de unos medios adecuados para el papel, su interpretación careció de contrastes, mostrando siempre un mismo registro actoral, bastante básico y un tanto envarado. Así y todo, dejó buen sabor de boca con su 'Aprite un po' quegli' occhi', porque los medios son gratos y sonoros y se advierten intenciones bien medidas en el fraseo.
Decepciónó bastante el Cherubino de Rachel Wilson, de emisión agria y destemplada, abundando además en variaciones de muy poca fortuna en su 'Voi che sapete'. Corto de empaque y poco creíble en escena el Bartolo de Fernando Radó, poco resuelto en clave de comedia. La Marcellina de Monica Bacelli fue un oasis de luz y encanto en mitad de tanta grisalla, verdaderamente encantadora. Todo lo contrario que el Basilio chillón e histriónico de Christophe Montagne, realmente prescindible. La Barbarina de Alexandra Flood pasó sin pena ni gloria y Moisés Marín fue un lujo para una parte tan menor como el Don Curzio; sin duda su instrumento ambiciona y merece mayores cometidos. Un tanto sobreactuado, finalmente, el Antonio de Leonardo Galeazzi.
La propuesta de Claus Guth sustituía en escena a la originalmente prevista, la firmada por Lotte de Beer y que se había estrenado el pasado verano en Aix-en-Provence. Dado el marcado falocentrismo de la misma, y para esquivar una segura polémica con el público local, Joan Matabosch decidió descolgarse de esa coproducción, ofreciendo como alternativa una propuesta bien conocida. Estrenada en el Festival de Salzburgo allá por 2006, la propuesta de Guth fue ampliamente difundida a través de un DVD, donde brillaban la dirección de Nikolaus Harnoncourt y la descollante juventud de Anna Netrebko como Susanna.
Sea como fuere, lo cierto es que el trabajo de Guth está cuajado de pequeños detalles, con una dramaturgia que resume muy bien, en clave poética, toda la hondura psicológica del libreto de Lorenzo Da Ponte. Guth deja la comedia en un segundo plano y es cierto que los enredos de algunas escenas no funcionan con la escenografía de Christian Schmidt, pero eso se antoja peccata minuta cuando hay un concepto general que lo ampara todo, como es el caso.
Estamos ante una pieza de teatro verdaderamente revolucionaria que Mozart elevó a condición de clásico eterno e indiscutible. Guth la trae al presente con buen gusto, sin malograr su médula. La propuesta de Guth, en Madrid, ha dejado un sabor de boca irregular y un tanto agridulce. Las intenciones estaban ahí, tan intactas como en su versión original, pero parece evidente que los ensayos no han sido suficientes para crear la magia y la complicidad suficiente entre los intérpretes, quedando escenas un tanto descafeinadas.
Decepcionó esta vez, extrañamente, la labor de Ivor Bolton en el foso, a priori ante un repertorio que dominia con destreza pero que sonó aquí moroso y sin brillo. Su lectura tuvo muy escasa complicidad con la escena, dejando dejando un reguero de desajustes entre los solistas y los atriles. La orquesta sonó bien, con una ejecución correcta, pero sin apenas entusiasmo. Bolton no logró insuflar tensión, dinamismo y gracia, quedando al fin la impresión de unas Bodas grisaceas y pesantes, nada que ver con lo que proponía la producción de Guth en escena. Las comparaciones son odiosas, y yo mismo disfruté mucho con el Don Giovanni dirigido por Bolton en 2020, también con propuesta escénica de Guth, pero lo cierto es que el Mozart que acaba de ofrecer Minkowski en el foso del Liceu estaba claramente en otra dimensión.