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Madrid. 26/05/2024. Teatro Real. Wagner: fragmentos de 'Tristan und Isolde' y 'Götterdämmerung'. Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro Intermezzo. Nina Stemme, soprano. Gustavo Gimeno, dirección musical.

Poniendo el broche a la apuesta wagneriana del Teatro Real, que estas últimas semanas ha estrenado una nueva producción de Los maestros cantores de Nuremberg, el coliseo madrileño ha querido reunir a una de las grandes voces de las últimas décadas, la soprano sueca Nina Stemme, junto al flamante nuevo director titular de la entidad, el maestro valenciano Gustavo Gimeno, quien tomará posesión oficial del cargo con la temporada 25/26. La cita había congregado mucho interés; no en vano el patio de butacas estaba lleno de artistas vinculados al coliseo madrileño: Pablo Heras-Casado, Christof Loy, Lise Lindstrom...  

Y es que el programa, sobre el papel, no podía ser más atractivo: dos grandes escenas con Stemme (muerte de Isolda e inmolación de Brunilda) y algunos fragmentos orquestales de ambas obras (preludio de Tristán y amanecer, viaje por el Rin y marcha fúnebre del Ocaso), con Gimeno al frente de la Sinfónica de Madrid. 

Stemme, que acaba de cantar su última Isolda en escena, en Palermo, y que hace apenas un mes y medio se despidió también del rol de Elektra, en Baden-Baden, ha sido una de las voces más poderosas del último cuarto de siglo. Con un instrumento indudablemente sonoro, más pujante que dúctil, todo hay que decirlo, ha sabido labrarse una trayectoria sólida y admirable, afrontando la práctica totalidad de los grandes roles del repertorio alemán: Leonore, Salome, Elektra, Isolde, Sieglinde, Brünnhilde... sin olvidar su paso por Verdi y Wagner, donde también cosechó algunos éxitos importantes.
 
Indudablemente, el instrumento de Nina Stemme acusa el paso de los años, como es lógico y normal. Esto redunda en un vibrato a veces más acusado de lo debido, amén de un tercio agudo firme pero a veces un punto forzado y destemplado. Pero francamente nada de eso importa cuando se escucha a la soprano sueca cantar con esa autoridad y esa entrega tan absolutas. Costó algunos instantes acostumbrarse a su sonoridad en el 'Mild un leise' con el que se abrió el concierto, pero poco a poco batuta y soprano se fundieron en un discurso franco y emotivo. Stemme no posee el magnetismo de otras intérpretes wagnerianas, pero igualmente emocionó escucharle cantar esta partitura, envuelta en una evidente halo de despedida. La formación madrileña, por cierto, estuvo aquí algo titubeante, con la cuerda grave un tanto destemplada (un evidente desajuste en los violonchelos), como calentando motores.
 
La primera mitad de esta velada wagneriana se completó con una rareza, La cena de los apóstoles (Das Liebesmahl der Apostel), una pieza para coro y orquesta que reserva una larga exposición coral a cappella, de casi veinte minutos de duración. El origen de la pieza se remonta a los días de Wagner como Kapellmeister en Dresde, allá por febrero de 1843, precisamente cuando se encontraba enfrascado en la composición de Tannhäuser. No en vano, La cena de los apóstoles recuerda sumamente a esta citada partitura en su escritura vocal.
 
La pieza se estrenó en la Frauenkirche de Dresde con un coro multitudinario y con una nutrida orquesta de alrededor de cien miembros. Se trata de una partitura para tres coros, un grupo de doce apóstoles, un coro celestial y gran orquesta, en torno a la aparición del Espíritu Santo. Es una obra realmente curiosa e interesante, algo rimbombante y algo pesada dada la extensa intervención del coro a cappella, pero fue sin duda un acierto incluirla en este programa.
 
La versión ofrecida en Madrid estuvo desde luego a la altura del reto, con el Coro Intermezzo dando lo mejor de sí, realmente admirables en su preciso trabajo con el texto y en su infatigable respuesta a las altísimas demandas vocales de la obra. Al escucharles era como si estuvieran reclamando cantar ya un Tannhäuser, un Parsifal o un Lohengrin. Francamente no creo que haya un coro en España hoy en día capaz de ofrecer esas mismas prestaciones, en términos de dicción, color y poderío vocal. Un gran trabajo, liderado por José Luis Basso, quien ya había puesto en pie la obra en el Maggio Musicale Fiorentino, en 2010. Junto con Gustavo Gimeno, pusieron en pie una versión de la obra realmente admirable, digna de aplauso.

La próxima temporada Gustavo Gimeno termina su titularidad al frente de la Filarmónica de Luxemburgo, al tiempo que su liderazgo con la Toronto Symphony se ha visto prolongado hasta 2030. Es por tanto una de nuestras batutas más internacionales, requerido a menudo por formaciones de primer nivel en medio mundo. Control de volúmenes y balances, dominio de la tensión e inspiración en el fraseo fueron las principales virtudes de una dirección musical, la de Gustavo Gimeno, que ratificaba las inmejorables impresiones que causó en su día su trabajo con El ángel de fuego de Prokófiev, en marzo de 2022, unas funciones que le valieron el premio Ópera XXI.

En este sentido, su lectura de los pasajes del Ocaso fue sin duda solvente, aunque por momentos la orquesta parecía evidenciar sus límites, dentro de una prestación de indudable valía. Sabedor imagino de las limitaciones de sus atriles, faltó seguramente un punto de electricidad y contundencia en la batuta de Gimeno, quien brindó instantes de fraseo elegantísimo y pasajes de transparente disección orquestal. Pero faltó un tanto, por decirlo de otra manera, la teatralidad innata que esta música trae consigo, algo que quizá sea difiícil de evidenciar en una versión de concierto como esta. Gimeno optó en varios momentos por unos tiempos ágiles y bien marcados, lo que aportó sin duda fluidez y dinamismo a la ejecución. Sea como fuere, la formación madrileña tiene por delante todavía un margen importante de desarrollo, como ya comenté al hilo de su Tercera sinfonía de Mahler del pasado mes de diciembre.

Nina Stemme, aquí sí, lo dio todo en su recreación de la inmolación de Brunilda, realmente creíble en su vis dramática. Con un timbre caudaloso y de poderoso impacto, volvió a rezumar autoridad a la hora de desgranar el texto de esta página tan extraordinaria. La intérprete sueca, con un instrumento ya más caldeado, no decepcionó un ápice y nos recordó por qué ha sido una de las más grandes cantantes wagnerianas de los últimos treinta años. Su Brünnhilde sonó realmente apabullante. Solo cabe rendirse sus pies y agradecerle una entrega tan sobresaliente durante tantos años en escena.

Como propina se ofreció una delicada versión del 'Träume' de los Wessendonck Lieder del propio Richard Wagner. Fue quizá lo mejor de la noche, por el grado de compenetración entre voz y batuta. 

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