Un baile de voces
Barcelona. 09-10/02/2024. Gran Teatre del Liceu. Verdi: Un ballo in maschera. Freddie De Tommaso (Riccardo). Anna Pirozzi (Amelia). Artur Rucinski (Renato). Daniella Barcelona (Ulrica). Arturo Chacón-Cruz (Riccardo). Saioa Hernández (Amelia). Ernesto Petti (Renato). Okka von der Damerau (Ulrica). Sara Blanch (Oscar) y otros. Jacopo Spirei (después de Graham Vick), dirección de escena. Riccardo Frizza, dirección musical.
Con el estreno de Un ballo in maschera en Roma, en 1859, Giuseppe Verdi confirmó su buen hacer como hombre de teatro, capaz de condensar una trama con intrigas palaciegas e idilios amorosos en apenas dos horas y media de música, sin que sobre un compás, con una acción concisa y directa, respaldada por una música encendida, pasional e inspirada, realmente original y con mucha personalidad. Se trata, no en vano, de uno de los títulos más incontestables del repertorio verdiano, con tres grandes papeles protagonistas (Riccardo, Amelia y Renato) y dos secundarios importantes (Ulrica y Oscar).
Es bien sabido que la pieza parte del libreto original de Eugène Scribe para el drama Gustave III de Daniel-François Auber, a su vez fuente de inspiración para Il regente de Mercadante de 1843, con libreto de Salvatore Cammarano. Lo cierto es que la partitura verdiana se vio sometida a una serie de censuras y transformaciones, tanto en su primera tentativa de estreno en Nápoles (titulado entonces como Una vendetta in domino y tras descartarse escenificar un regicidio bajo el título de Gustavo III) como en su definitiva première romana, ya finalmente como Un ballo in maschera y con la acción ubicada en Boston. La situación política en Francia, con el intento de asesinato de Napoleón III en París, fue desde luego decisiva para que la ópera acabase teniendo este singular desenlace.
Sea como fuere, es una ópera agradecida de escenificar siempre y cuando se cuente con las voces adecuadas. Y así ha sido el caso en el Liceu, con un apreciable doble elenco, cuajado de intérpretes experimentados junto a otros más jóvenes y emergentes. Ha sido desde luego interesante el contraste entre ambos repartos, con aproximaciones muy diversas a sus respectivos roles.
Para el papel de Riccardo, en el primero de los repartos se ha contado con el debutante Freddie De Tommaso, quien este mes protagoniza nuestra portada web en Platea Magazine. El tenor, de origen británico aunque de ascendencia italiana, posee sin duda una voz a seguir, importante, de caudal amplio y con desahogado ascenso al agudo, con pegada. Una voz notable pero sin duda también un cantante con intenciones, esmerado, aunque todavía tenga por delante aspectos a desarrollar, como es propio y normal de alguien que apenas bordea los treinta años de edad. Para ser su primera vez en escena con el rol de Riccardo, no cabe ponerle pega alguna. Habemus tenor. Fue en todo caso interesante escucharle en contraste con el mexicano Arturo Chacón-Cruz, cantante mucho más maduro, en la cima de su evolución vocal y artística, realmente entregado y ardoroso, de fraseo elegante y pasional, ideal por medios y formas para una parte como la de Riccardo. Pocas veces se escuchar cantar con esa entrega, con esa verdad, y no menos importante, con esa valentía en el ascenso al agudo. Un gran artista.
El rol de Amelia es realmente exigente e ingrato, con dos arias de mucho empaque y con un dúo extraordinario con el tenor, sin duda uno de los más inspirados de todo el repertorio verdiano. La veteranía y buen hacer de Anna Pirozzi quedaron patentes en el primer elenco, con un instrumento de metal generoso y probada resolución técnica. Si acaso, por buscarle un pero, cabría decir que el timbre es cada vez más metálico y un punto ácido en la emisión -más ideal quizá para una Lady Macbeth o una Turandot-, si bien las formas y la escuela tienden por fortuna a redondear su sonido y sobre todo su fraseo, como quedó bien patente en un ‘Morrò, ma prima in grazia’ de manual. La española Saioa Hernández, por su parte, hizo gala de unos medios privilegiados -qué timbre tan singular y reconocible, a la antigua- siempre al servicio de un canto cuajado de intenciones, apasionado y lírico. Su segundo acto fue verdaderamente memorable, con detalles propios de una cantante de primera fila y de un apasionamiento sincero y franco. Bravísima.
El siempre eficaz Artur Rucinski volvió a dar pruebas de su notable desempeño con un Renato a la altura de los más grandes, con resonancias puntuales a Bastianini y a Cappuccilli incluso, me atrevería a decir. Su gran página, el ‘Eri tu’ fue un dechado de virtudes vocales, conjugando la exhibición de unos medios poderosos con un legato de exquisita factura y fiato infinito. Impecable. Fue en todo caso interesante descubrir la voz del barítono Ernesto Petti, nacido en Salerno y con un instrumento de color genuino, un punto oscuro, a lo Bruson, y como en el caso de aquél, con un ascenso al agudo algo mate y sin punta. Pero hay material y hay intenciones, sin duda un nombre a anotar para este repertorio verdinas.
Cantante de indudable oficio, ya en la madurez de su trayectoria, Daniela Barcellona sostuvo su Ulrica con un timbre ya un tanto ajado, con una voz a la que se le empiezan a ver las costuras. Pero es una artista con carisma e inteligencia y supo llevar el rol a su terreno. Muy diferente fue la aproximación de Okka von der Damerau, con un timbre en plenitud, más redondo y sonoro, aunque con alguna tensión en los extremos.
Impecable y digno de elogio el Oscar de la soprano Sara Blanch, quien asume finalmente todas las representaciones de este título en el Liceu, asumiendo las funciones de su compañera Jodie Devos. Blanch está en un momento dulce, no solo desenvuelta y convincente en escena, sino impecable en lo vocal, con un instrumento que va ganando consistencia sin perder brillo y facilidad en el agudo. Buen elenco de comprimamos, encabezado por Valeriano Lanchas y Luis López Navarro como Samuel y Tom.
Riccardo Frizza es un maestro de probada solvencia en estas lides y cada paso por el foso del Liceu pone de nuevo sobre la palestra su evidente candidatura para suceder a Josep Pons como titular al frente de la orquesta del teatro, como ya dejé escrito en noviembre de 2022, entonces al hilo de Il trovatore. Pero ya se sabe que lo que los músicos quieren y lo que el destino aguarda, no siempre coincide, por no hablar de que estas decisiones se cuecen donde se cuecen y no siempre atienden a razones puramente musicales. Ojalá el Liceu acierte con la elección de su próximo líder musical, porque van a ser unos años decisivos, especialmente con la mirada puesta en un Ring que puede ser (o no) histórico, entre otras cosas, en función de quién lo comande en el foso.
Sea como fuere, Frizza pareció optar aquí por tiempos sólidos, ahondando en un Ballo in maschera genuinamente teatral, vivo y vigoroso, quizá a veces en demasía, con una orquesta que cargó las tintas en demasía en metales y percusión. La cuerda, en cambio, se mostró cálida y flexible; y bastante desiguales las maderas, faltas de un poco más de expresividad en el fraseo. El coro titular del teatro, situado a la manera de un coro griego en la parte alta de la escenografía, quizá demasiado atrás, no terminó de componer un sonido bien empastado, ya digo, seguramente poco beneficiados por su ubicación en el escenario.
Volviendo a la labor de Frizza, me quedo en todo caso con su atenta concertación, con su esmerada escucha de las voces y con algunos detalles de excelente factura en las páginas más dramáticas, tanto en el célebre dúo entre tenor y soprano como en la mayor parte de los concertantes, primorosamente elaborados por Verdi.
Dejo para el final el comentario a la producción, fruto de unos esbozos que Graham Vick dejó sin completar y que su discípulo y ayudante Jacopo Spirei se encargó de poner en orden para el estreno de la propuesta en Parma, en 2021. El trabajo es, por descontado, honesto y se antoja esmerado. Pero a la postre la propuesta es sencilla en demasía y más bien epidérmica; hay ideas, pero se alborotan y no se resuelven. Hay una cierta estética, sostenida sobre todo por el vestuario de Richard Hudson, pero al final no deja de ser un Ballo más entre otros muchos, de efímero recuerdo. La constante presencia de figurantes y el reiterado recurso al cuerpo de baile parece precisamente el síntoma que señala una propuesta por lo general falta de ideas fuertes, ausente ya digo una narrativa que vaya más allá de la pura literalidad del libreto.
Fotos: © A. Bofill | Gran Teatre del Liceu