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La historia de Mimì

Pamplona. 03/02/2023. Baluarte. Puccini: La bohème. Miren Urbieta (Mimí). Airam Hernández (Rodolfo). Javier Franco (Marcello). Raquel Lojendio (Musetta). Manuel Fuentes (Colline). Toni Marsol (Schaunard). Julen Jimenez (Benoît/Alcindoro). Orquesta Sinfónica de Navarra. Iván López Reynoso, dirección musical. Emilio Sagi, dirección de escena.

Ha regresado a Fundación Baluarte la ópera escenificada, tras el parón obligado por la pandemia. Y lo ha hecho de la mano de uno de los títulos más populares y difundidos de todo el repertorio, La bohème de Giacomo Puccini.

En escena disfrutamos de una resolutiva propuesta de Emilio Sagi, procedente de la Ópera de Oviedo e imaginamos que con unos costes bien ajustados, aunque algo epidérmica en su tentativa de trasladar la acción al París de mayo del 68. La propuesta tiene la virtud, eso sí, de mostrar a un tiempo la acción de las calles y la acción de la buhardilla, pero no deja de ser una Bohème bastante convencional, aunque resuelta con el buen hacer que caracteriza siempre los trabajos de Sagi y su equipo.

En el elenco vocal, la soprano donostiarra Miren Urbieta convenció durante toda la velada con una Mimì ideal, tanto por la adecuación de su instrumento a la parte como por los acentos y el fraseo desplegado. Irreprochable, haciendo gala de un timbre amplio, esmaltado y carnoso. Quizá no sea una actriz tan magnética como otras colegas, pero la verdad con la que dice el texto es irreprochable. La voz suena sana, natural, desenvuelta en todas las franjas, amplia pero bien domeñada; fue un gusto escucharla y verdaderamente lideró la representación de principio a fin.

En cambio, debuntando el rol si no me equivoco, no terminó de convencer el Rodolfo de Airam Hernández, más heróico que poético, esmerándose apenas con un par de frases estimables a media voz en el tercer acto. Y es una pena, porque el timbre es grato, de caudal amplio; el instrumento se proyecta con generosidad, pero el agudo no gira, simplemente llega un punto en el que la voz se tensa y el sonido pierde toda punta y desenvoltura. Y el cantante entre tanto se tensa también y busca los decibelios por encima de los matices. No estamos aquí los críticos para dar consejos a los cantantes, pero tampoco estamos sordos (fue incapaz de rematar con fortuna tanto ‘Che gelida manina’ como ‘O soave fanciulla’); y aquí hay claramente un problema técnico por resolver, como ya apunté el pasado mes de julio al hilo de su Pollione en la Norma del Liceu.

Boheme Baluarte23 Lojendio

Completando el cuarteto protagonista, resultó muy estimable la pareja de cantantes al cargo de los papeles de Marcello y Musetta, el barítono coruñés Javier Franco y la soprano tinerfeña Raquel Lojendio. Sumamente desenvueltos en escena ambos, de acentos genuinamente teatrales, contribuyeron a elevar el nivel de la velada; excelentes profesionales. Lo mismo que el espléndido Colline del joven bajo Manuel Fuentes, al que ya pudimos escuchar recientemente en Valencia con el mismo rol. Esmerada labor también de Toni Marsol como Schaunard y en cambio menos convincente Julen Jimenez en su doble desempeño como Benoît/Alcindoro, con un instrumento de proyección muy escasa. 

En el foso, de nuevo al frente de la Orquesta Sinfónica de Navarra, el mexicano Iván López Reynoso dispuso una dirección interesante, transparente en su disección de la inspirada orquestación pucciniana, poniendo de manifiesto el importante papel de las maderas y sin cargar en exceso las tintas sobre las cuerdas, buscando incluso instantes de intimidad casi camerística, ciertamente bohemia, huyendo de una versión grandilocuente y demasiado acaramelada. La fórmula funcionó y la formación navarra se escuchó sólida y homogénea. Esmerada labor también del Coro Lírico de AGAO y la escolanía del Orfeón Pamplonés.

El público abarrotaba la sala principal del Baluarte pamplonés, confirmando que la lírica tiene cabida en la programación cultural de la capital navarra, incluso aunque sea tan solo con un título escenificado al año. 

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