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Cuando el todo es más que las partes

Salzburgo. 09/04/2023. Grosses Festspielhaus. Wagner: Tannhäuser. Jonas Kaufmann (Tannhäuser). Marlis Petersen (Elisabeth). Christian Gerhaher (Wolfram). Emma Bell (Venus). Georg Zeppenfeld (Hermann). Sebastian Kohlhepp (Walther). Edwin Crossley-Mercer (Biterolf). Dean Power (Heinrich). Alexander Köpeczi (Reinmar). Emily Pogorelc (Ein jungert Hirt). Gewandhausorchester Leipzig. Czech Philharmonic Chorus Brno. Bachchor Salzburg. Romeo Castellucci, dirección de escena. Andris Nelsons, dirección musical.

El gran atractivo de la edición de 2023 del Festival de Pascua de Salzburgo era sin duda el debut del tenor Jonas Kaufmann con el papel de Tannhäuser, casi la última muesca ya en su ascendente trayectoria hacia un repertorio cada vez más dramático y heroíco, habiendo superado ya con buena nota papeles como el Otello de Verdi (Londres, 2017; Múnich, 2018) y el Tristan de Wagner (Múnich, 2021). Lo cierto es que Kaufmann ha sido un intérprete siempre inteligente y cauteloso, a pesar de haber cantado mucho y a pesar de haber incorporado a su repertorio muchos roles en no demasiado años. Pero es astuto y sabe encontrar las circunstancias adecuadas para cada debut; así fue por ejemplo para su Tristan en Múnich, en el verano de 2021, a las órdenes de Kirill Petrenko. Y así ha sido ahora en Salzburgo, con la complicidad de Andris Nelsons en el foso del Grosses Festspielhaus.

La impresión general, ante el Tannhäuser de Kaufmann, es que estamos sin duda ante el límite de su repertorio. No sonó tenso ni apurado, pero sí dio la impresión de estar adetrándose en un terreno demasiado heróico para sus actuales medios, ya menos desahogados en el agudo y de emisión algo más dura que hace apenas unos años. Kaufmann sigue siendo un cantante de gran musicalidad, buen conocedor de sus propios medios, que administra con cautela para llegar vivo al final de la representación. Pero no hay en momento alguno una impresión de franco desahogo y comodidad con el personaje. Kaufmann se beneficia de los tiempos bien marcados y medidos por Nelsons, quien sabe domeñar el caudal de la Gewandhausorchester para no dificultar la empresa a los cantantes en el escenario. Y así y todo, Kaufmann parecía cantar siempre con el freno de mano puesto, como temiendo quemar algún cartucho de más en el transcurso de la velada. 

Así las cosas, el primer acto fue especialmente cauteloso en el canto de Kaufmann, caldeando la voz progresivamente, con un 'Dir töne Lob!' especialmente prudente; sonó mejor en el segundo acto, aunque sus frases hacia el final ('Ach, erbarm dich mein!) no alcanzaran a menudo a expresar con acento torturado y desesperado las cuitas de su personaje. Lo más sólido de su Tannhäuser fue sin duda el Romerzählung del tercer acto, una página que Kaufmann ya había cantando anteriormente en versión concierto -incluso la había grabado en disco-; se trata de una página más central y narrativa, menos comprometida que las anteriores. 

Sea como fuere, en un balance general, hay que aplaudir el esfuerzo de Kaufmann, que logra así integrar un rol más en su repertorio, quizá el último en una perspectiva ascendente, pues escuchado lo escuchado en Salzburgo, no parece plausible que fantasee con cantar Siegfried. De hecho, es muy probable que no vuelva a cantar Tannhäuser, como de momento no ha sucedido con el Tristan que debutó en Múnich, a diferencia de otros roles wagnerianos como Lohengrin, Siegmund o Parsifal, que sí ha paseado por diversos escenarios internacionales.

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Espoleada por sus buenos resultados como Salome en Múnich, la soprano Marlis Petersen se aventuraba aquí a cantar su primera Elisabeth, un papel a priori lejos de sus coordenadas vocales. Lo cierto es que Petersen es inteligente y sabe acompasar su voz con la parte, si bien en ocasiones se echa de menos un instrumento más amplio y caluroso. Petersen resuelve el papel, es convincente, pero ni asombra en "Dich, teure Halle" ni emociona en "Allmächt'ge Jungfrau".

El gran triunfador de la noche fue sin duda el barítono Christian Gerhaher, quien cantó un Wolframn sencillamente memorable. Como ya apunté al hilo de su presencia en el Requiem alemán de Brahms, dos días antes de esta función, Gerhaher vive un momento de evidente e incontestable madurez, no solo como intérprete, sino también en lo relativo a su instrumento, que ha ganado empaque, presencia y firmeza, aunque sin renunciar el cantante a su habitual e infinita gama de inflexiones, con un canto cuajado de mil detalles, plegado al texto como pocos intérpretes son capaces de hacer hoy en día. Superlativo. Fue curioso, por cierto, el contraste entre el timbre de Jonas Kaufmann, sin duda más baritonal que el del propio Gerhaher, dueño de un instrumento más claro.
 
La ausencia en el cartel de la prevista Elina Garanca, es innegable, era difícil de superar, pues era grande la expectativa ante el debut como Venus de la intérprete letona. En su lugar escuchamos a la británica Emma Bell, quien salvó los muebles, como suele decirse en castellano, aunque con un trazo más bien grueso, exhibiendo un instrumento amplio y contundente, incluso algo duro y desde luego de formas no demasiado sensuales en su fraseo. Resolutiva, en fin, aunque poco estimulante.
 
En la parte de Hermann, Georg Zeppenfeld brindó su habitual autoridad en este tipo de papeles, con un instrumento rotundo y a la vez ductil. Intachable el resto del elenco, con voces bien escogidas para sus roles: Sebastian Kohlhepp (Walther), Edwin Crossley-Mercer (Biterolf), Dean Power (Heinrich), Alexander Köpeczi (Reinmar) y Emily Pogorelc (Ein jungert Hirt).

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En el foso salzburgués, Andris Nelsons apuesta por una dirección sumamente personal, meditada, pausada, medida, muy cómoda para los cantantes, quizá poco electrizante en momentos donde debiera serlo, pero de gran belleza en su fraseo. Su espléndida comunión con los atriles de la Gewandhausorchester depara momentos de extraordinaria intensidad, apostando siempre el letón por la claridad y transparencia en lo que a la orquestación se refiere, resaltando por ejemplo las frases de las maderas en pasajes donde a menudo pasan desapercibidas, sepultadas por el caudal de las cuerdas. 

Cuando entrevisté a Nelsons en 2018, en Londres, en el transcurso de unas representaciones de Lohegrin en el Covent Garden, me ofreció un titular que todavía hoy tiene plena vigencia y validez, precisamente al hilo de este Tannhäuser. "El director de orquesta es un místico con los pies en la tierra", me dijo. Y ciertamente ahora mismo no se me ocurre mejor manera de describir su visión de esta partitura en Salzburgo. En esa misma entrevista, de hecho, Nelsons evocaba una experiencia muy temprana en su vida, cuando con apenas cinco o seis años pudo contemplar precisamente Tannhäuser, en una representación a la que le llevó su padre en Letonia. Aquella, me decía en la entrevista, "fue seguramente una de mis mayores experiencias, desde todo punto de vista". Qué importante ha tenido que ser, pues, para él poder dirigir por fin esta obra en Salzburgo.

La parte coral, en absoluto menor en esta partitura, se había confiado a un conglomerado vocal conformado por el Coro de la Filarmónica Checa, de Brno, y el Coro Bach de Salzburgo. El resultado fue algo desigual, con algún instante mejorable en términos de empaste y nitidez, pero también hubo momentos más logrados, tanto en el consabido coro de peregrinos como en el cuadro final, quizá uno de los momentos más emocionantes y espectaculares de toda la velada.
 
La producción de Romeo Castellucci, estrenada en el verano de 2017 en la Bayerische Staatsoper de Múnich, recibía aquí una reedición con ligeros -y poco relevantes- cambios. Y debo decir que aquí en Salzburgo me resultó mucho menos estimulante y por lo general mucho más aburrida que entonces en la capital bávara. La clave simbólica en la que se mueve ha perdido algo de empaque. Me parece ocioso repetir aquí no solo lo que yo mismo dije en 2017, sino lo que también apuntó en estas páginas Javier del Olivo en mayo de 2019, cuando esta misma producción se repuso en Múnich con Vogt y Davidsen como protagonistas. Es curioso en todo caso constatar cómo cambia nuestra mirada y cómo lo hacen también nuestras impresiones, cuando un trabajo como este se ve una segunda vez, sin la impresión de la novedad y con el impacto del paso del tiempo. Lo que en 2017 me pareció sugerente y poético aquí me ha resultado casi evidente y reiterativo. Está bien relativizar de tanto en tanto las propias impresiones.
 
En conjunto, una de esas funciones en las que el todo suma más que las partes, pues ni tuvimos al mejor Tannhäuser, ni la mejor Elisabeth, ni tampoco la mejor Venus, pero la impresión general fue muy buena, sin duda espoleada por Nelsons, su orquesta y Gerhaher, muy especialmente. No cabe duda de que Nikolaus Bachler sabe muy bien lo que se trae entre manos.

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Foto: © Monika Rittershaus